martes, 24 de noviembre de 2015

Ocasión

El tintineo de las copas de su sueño le había despertado. O eso, o la lluvia repiqueteando en sus ventanas. Eran casi las seis de la mañana pero se había dormido hacía poco. Aún sudaba del miedo o de la fiebre. Se sentó en la cama a recapitular todo. Lo insólito era los tiempos que corrían y que ella había comenzado a sentirse invadida. Portadora de un corazón  dominado, sin forma, difícil de ver y de entender, pero que en ocasiones latía. Solo a veces, porque luego le entraba miedo y se perdía, se hacía pequeño en su escritorio. Muy, muy pequeño, porque ella le obligaba. Tanto que, de golpe, ella era capaz de cobijarlo en la palma de su mano; tenía que tener sumo cuidado para no estrujarlo, por algún motivo lo cuidaba con tanto recelo. En él estaba escrita la palabra que les unía, la misma que a veces les alejaba. Y en esos momentos, el pánico se camuflaba, se acercaba con sigilo para susurrarle que al final su pequeño tesoro siempre se tambaleaba y se caía.

Parecía que se estaba manteniendo tras todas esas noches de insomnio, tras las madrugadas tejiendo ilusiones, concursando en su propia vida; así ella, serena, pintoresca, el continuo baile de máscaras. Seguía sin descifrar qué era, se sentía polilla, sabiendo que se podía quemar… Le recordaba y la imagen en su cabeza se expandía y contraía el universo de los contratiempos. Tres libros sobre la mesa, un dibujo a medio terminar y ropa acumulada en la silla… Pero solo pensaba “qué pena que mis manos no puedan atravesar la distancia para acariciar y dar esa energía que te falta”. Pensaba en él y se le antojaba imaginarle con una sonrisa al escucharle decir todo esto. Ya se habían leído los labios en diferentes idiomas y se habían bebido los cuerpos a diversas horas también. Se le escaparon dos lágrimas que parecían no querer ir a ninguna parte, solo escapar de allí. No quería palabras para mantenerse viva, quería sentirlo de verdad: con la piel, con los ojos. Ella, con su pequeño corazón que pretendía hacer creer que no había sentido amor ni por su propia sombra. La muñeca de trapo que había vuelto a coserse a sí misma un número considerable de veces, el puzle carente de piezas, la semana sin sábado, el árbol al que el invierno le arrebataba las hojas… Ella intentaba ser un libro abierto, pero sin palabras. Ella era la sonrisa de un mundo triste, la última hoja que le quedaba a aquel viejo árbol a finales de noviembre.

Se acercó hasta la ventana con el edredón y se sentó en el suelo. El aire frío de la habitación se le pegó al cuerpo como si de una chaqueta ajustada se tratase. Cogió el cuaderno que reposaba sobre el sofá y comenzó a escribir con la poca luz que empezaba a asomar.

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me auto receto tiempo, abstinencia, soledad, pero mi fuerza de voluntad no sirve contigo.
¿Puedo desaparecer una semana? No es mucho ni es poco, es bastante. En una semana se pueden reunir muchas palabras de amor pronunciadas y prenderles fuego. Supongo que pretendo calentarme con esta hoguera de amor quemado. No quiero crepúsculos de verano ni tardes de otoño, tampoco primaveras lluviosas o inviernos amargos. No quiero pretensión. Y también el silencio. Porque las mejores palabras de amor están entre las personas que no se dicen nada. Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que aprecia. (Tú sabes que tengo mis maneras de decirte que me importas cuando digo “¿vemos una peli?”, “dame un vaso de agua”, “estás insoportable”… ) Tengo una semana para reunirme y saber qué hacer. Soy comienzo en anacrusa y una cadencia rota. El problema es que ya lo sé. Que ya lo sabía, pero me negaba a verlo. Era el trozo de esperanza que ha sido golpeado por la vida pero ahora lo veo. Me veo recordando momentos y frases con la pulcritud de un cirujano, algo tan absurdo como fascinante. Necesito una semana para entender las cosas. Soy un hueco más en este mundo de locos. Aunque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón”.


Qué imbécil debía ser, ¿no? Y sin embargo, ya veis, ahí seguía escribiendo, como si pretendiese alisar las arrugas de la vida.

jueves, 13 de agosto de 2015

Nómada

Necesito escribir. Necesito encontrar de nuevo el placer de escribir. Y quizá entonces me haya encontrado a mí misma, otra vez. No sé en qué momento me perdí, pero sí sé que empecé a encontrarme una vez llegada a París. Durante muchos años he escrito, pero hace un tiempo me estanqué. Tiene gracia, que justo cuando empiezo a conocerme a mí misma, pierdo una cualidad. Voy en el metro, andando por la calle o sentada en una cafetería y me viene la inspiración, pero cuando llego a casa, se ha esfumado. Supongo que las ideas son como los sentimientos, que cuando tienes muchos se aturullan y se abarrotan todos juntos. Ese debe ser el caso, que no sé qué escribir porque no sé qué sentir. Ni me escondí, ni huí, ni cambié, simplemente me alejé. Me alejé de las mil y una caídas que me habían pelado una y otra vez las rodillas. Del dolor que se me había anclado entre la sexta y la séptima costilla, a veces hasta impidiéndome respirar. Puse alcohol como siempre, para que escueza, para que no me olvide de que el dolor físico sólo es momentáneo, me levanté, me sacudí las manos y aquí estoy. Aquí estoy a pesar de haber caído oníricamente y en la mismísima realidad. 
Como cuando sueñas que caes de un precipicio y el estómago se retracta. Soy un nómada que vaga sin destino.

Hace un par de meses decidí dejar de ser piedra. Fracaso estrepitoso. En algún momento de mi vida tendré que ser realista y dejar de lado el corazón con caparazón de rocas. El caso es que a veces es más fácil no sentir, que el mismo miedo a tener que aceptar que puedes sentir. Que una coraza sobre un vestido de gasa no es lo más estiloso ni lo más cómodo, pero sí es lo más seguro. Nos aferramos a un tipo de seguridad y yo tengo la mía bajo mi coraza. En algún momento de mi vida me dijeron que quien no arriesga no gana, pero a veces arriesgar significa perder y yo, a mis veinticinco años, sigo siendo una perdedora pésima. Cuando decidí levantarla, no sabía que los dedos se me iban a atrofiar al intentar abrirla. No es tan fácil. Cuando echas la vista hacia atrás, lo que te entra es pánico, y lo único que haces es abrazarla incluso con más fuerza. Me gusta mi coraza, a pesar del óxido, del peso, de las marcas de bala… Pero me hace sentir protegida. Por una parte es ridículo, he salido de mi zona de confort pero “sigo sin quitarme el chupete”, o algo semejante. He pasado muchas noches en vela puliéndola, noches en las que no he dormido absolutamente nada y de hecho aún soy incapaz de dormir una noche del tirón. He masticado la fragilidad hasta que se ha visto reflejada en mis ojos.

¿Cómo explicar al resto del mundo algo que no pueden entender? Es como cuando Galileo Galilei explicó que la Tierra no era plana sino redonda. Pues bueno, yo tengo miedo a exponerme. Un jarrón roto nunca vuelve a ser uno nuevo. Ni siquiera sé si quiero ser uno nuevo… ¿Soy un jarrón? El que no juega con fuego se muere de frío, pero también puedes salir con la mano llena de ampollas. Me he perdido entre el caos y la destrucción de uno mismo, he intentado recomponerme a base de tiritas; me he perdido sola y acompañada, en la ciudad, en la montaña y en la playa; me he perdido literalmente y a veces  no tanto. He llorado hasta la saciedad: a escondidas y en público cuando me harté de tener que hacerme la dura; he llorado con verdades y con mentiras, hasta que me han escocido las mejillas, hasta que me he quedado dormida de cansancio, hasta que me dije basta. He gritado hasta que escupí la angustia, hasta que me ha dolido la garganta, hasta que he dicho todo lo que tenía que decir. Me he autocuestionado preguntas que aún no tienen respuesta y que probablemente, no la tengan jamás. He tenido que elegir entre el resto y yo, entre mi familia y mi vida, entre miles de cosas. He tenido que crecer a pasos agigantados mientras el resto miraba los coches, las estrellas y los pájaros pasar.

Total, que yo lo que quería era escribir y las palabras van y vienen en diferentes idiomas y se estancan entre lo que quiero decir o lo que puedo decir. Espera, no, eso es  hablar. Yo hablaba de escribir. De cuando me sentaba en la playa con mi cuaderno y era capaz de hacerlo durante horas. Cuando dejaba el bolígrafo y se me agarrotaban los dedos cual pianista. Tengo las palabras y no sé cómo plasmarlas. La música suena y me evado por segundos, quizá minutos. Tengo el comienzo. ¿El comienzo de qué? De lo que no puede ser. Del peso y del miedo de una armadura de cien kilos tras caer a tus espaldas cuando te quedas a solas. No importa las veces que te puedan ver desnuda, la coraza se mantiene hasta que tú te la quieras quitar… O hasta que alguien es capaz de ver a través de ella. Yo una vez me creí Ícaro y me quemé las alas. Hasta que volvieron a crecer, me costó mucho tiempo y sacrificio. En soledad, las abrí y me enorgullecí del trabajo realizado. Hace unos días me dijeron que, por muy bella que sea tu obra, nadie va a ser capaz de apreciarla sino se muestra. Soy los relojes blandos de Dalí, soy la persistencia de la memoria, la persistencia de mi propia memoria, consciente del tiempo que se me escurre entre los dedos, soy el llanto en La Lacrimosa de Mozart, soy El Pensador de Rodin hecho idea, soy uno de los muchos puentes de esta ciudad y pese a mi 1.64 cm puedo sentirme tan grande como la mismísima Sagrada Familia de Barcelona; soy el preludio de muchas historias pero no sé si quiero ser el final de alguna.

Yo necesitaba escribir y supongo que algún día volveré a hacerlo. Con más o menos fuerza, pero podré hacerlo cuando las palabras me encuentren y yo haya dejado de buscarlas. Lo que necesito es dejar de engrasarme las manos cuando decido que voy a quitarme la coraza. Es el miedo anticipado. Es como cuando sabes que la plancha está caliente pero la tocas rápido para asegurarte, o cuando pasas el dedo cerca de la llama de la vela. Es absurdo pero es un acto reflejo. Yo me digo que voy a quitármela, pero me lavo las manos con aceite y cuando quiero abrir la primera banda de sujeción, soy incapaz. Resbala. Es un autoengaño: “ay, quiero quitarla, pero no he podido…” Es una manera cobarde de actuar. No soy tan valiente como el resto del mundo piensa. He tenido miedo. He tenido miedo hasta sentarme en un rincón, abrazándome las piernas y deseando que acabase todo.  He tenido miedo de creer, de levantarme (a pesar de saber que el suelo no podía ofrecerme nada más), he tenido miedo de dormir y de despertarme. He querido desistir y preguntar qué es lo que se espera de mí. 

Me he sentido atada de pies y manos, y no ha sido siempre ni deseado ni agradable. He peleado y luchado por cada una de las cosas que he querido y las he conseguido, porque he tenido fuerza de voluntad. He reído hasta que me ha dolido la tripa, hasta llorar y viceversa. He bailado hasta que me han dolido los pies y he querido tirar los tacones al Sena. He asaltado barcos en noches de alcohol y he contado historias que me han perseguido en pesadillas. Me han dado Kleenex y yo he tenido que dar otros muchos. Pero yo también he hecho daño, también he hecho llorar, también he hecho gritar, he hecho desesperar. Me he equivocado y se han equivocado, como todos en esta vida, supongo.


Algún día voy a escribirlo. Tengo que confiar. Escribiré sobre el ruido que hizo al caer y contaré cuántas marcas de casquetes de bala quedaron en ella. Pero a pesar del óxido, aún quedan atisbos de brillo y mi desnudez sin ella es más incómoda que la desnudez real. 
Yo quería escribir… Y no sé si lo he terminado haciendo…

sábado, 9 de mayo de 2015

Midiendo milímetros

Tú y yo no teníamos que conocernos. Por eso al principio, quizá no vi las señales de un domingo de resaca y una tarjeta de crédito perdida. Pero a la tercera va la vencida. Y nos conocimos. Te seré sincera: el físico tenía un sí del que no me quería convencer. Pero me resultó gracioso que hicieses bromas acerca de mi voz (obra de una bonita resaca de domingo…) Seguí hablando contigo, cosa que era difícil, porque casi hay que pedir la vez para tener el turno de palabra… Le Marais, Bastille y bajando por los jardines de Trocadéro me contaste la leyenda de porqué la Tour Eiffel tiene forma de A. Según tú, porque la musa de Gustave Eiffel se llamaba Anaïs y porque además era símbolo del Amor que le profesaba. Tú y yo no teníamos que conocernos. Cuando te corté con mi frase y el  “no doy besos en las primeras citas”, intenté escabullirme. Es cierto que estudio mucho a las personas y que realmente con una hora me basta y me sobra. Y contigo debe ser que lo sabía. Desde que llegué a París no sé con cuántos hombres me he visto. Si no me interesan es tan fácil como suprimirles de Tinder y, a unas malas, si has proporcionado el número de teléfono, bloquearles. Ya llevaba a varios bloqueados cuando te conocí. Pero tú te limitaste a sonreír tras mi brusca intervención, cogerme del brazo y pasearnos por los Champs de Mars.  Y seguíamos hablando. La última copa al lado de Arc de Triomphe creo que me dijo algo así como “es la cita más larga de tu vida”: llevaba todo el día contigo. Y no estaba mal, ni mucho menos, pero me sentí peligrar.

Tú y yo no teníamos que conocernos. Esa noche llegué tarde a casa de V y además ella tenía que madrugar para ir a las clases, lo que implicaba que no estaba de humor, pero aun así me preguntó que qué tal había ido. “No. No me gusta”, fue mi escueta respuesta. “Pues para no gustarte, te has tirado todo el día fuera con él, ¿qué habéis hecho?”. V tenía razón. Pero tuvo más cuando me dijo “te gustará”. Yo hice caso omiso, te contesté al mensaje y me dormí. Las próximas veces evitaría quedar contigo bajo todo pretexto. Pero no te bloqueaba (porque ya teníamos el número), mientras tú habías eliminado tu cuenta de Tinder . Pero te daba largas. Las máximas posibles, porque esperaba que desistieras. Había veces hasta en las que me molestaba que me escribieses y ponía los ojos en blanco. “¿Otra vez? ¿Por qué no te cansas?” Y para colmo, terminé dándote mi Facebook. Regla nº 2: “nunca proporciones información personal puesto que nunca sabes cuándo podrán utilizarla en tu contra”. Bravo. ¿Por qué no te habría bloqueado antes?

Tú y yo no teníamos que conocernos, pero hubo una segunda vez. Cuando me llevaste a ese bar inspirado en los años 20 del que quedé enamorada. Y aquella noche sí nos besamos, no sé exactamente en qué puente, pero Notre-Dame nos quedaba al lado. Me subí al taxi y quise desaparecer mientras miraba por la ventanilla las calles del París iluminado que atravesaba. Llegué a casa de V (quien me había dejado las llaves) y te contesté al mensaje, pero me dije que tenía que cortar este juego. “Pondré fin a esto”. Y seguía recibiendo mensajes que, aunque me quejaba, en cierto modo, me gustaba. De verdad. Y era precisamente porque lo veía venir. Y volvimos a quedar, esta vez, con vinos de por medio. Y claro, toda despedida termina con un beso. Pero la cuarta fue en el hospital. Si vas a visitar a alguien a un sitio así, al menos es porque hay un mínimo de interés, ¿no? Me maldije a mí, a ti, a Tinder, a París y a sus bonitos días soleados. Sobre todo porque tú y yo no teníamos que conocernos. Y me dijiste que te negabas a que me fuera de vacaciones sin que nos viésemos y comimos juntos en Maisons-Laffitte. Y quise odiarme, pero lo hice en vacaciones cuando me sorprendía pensando en ti. O enviándote fotos. Que cuanto más luchas y más te quieres encerrar en tu caparazón, hay gente que va intentando con cuchara que te lo quites. Es fácil: yo soy feliz con mi coraza. Me gusta. No tengo que dar explicaciones, adoro mi libertad, aprecio mi tiempo y bajo ella, nada ni nadie puede dañarme. Por eso no me gusta hablar de mí, porque cuanto más sabe la gente, más facilidades adquieren para dañarte. El ser humano no es tan bueno, como tú me dijiste. “Es que lo ves todo negro y con esas informaciones que publicas en Facebook lo único que vas a conseguir es un suicidio colectivo”. El ser humano nace bueno, pero no todos lo son. Y dañan.

Y tú y yo no teníamos que conocernos porque bajo mi caparazón de tortuga estoy satisfecha. Porque si me lo quito voy a quedar expuesta otra vez a todas esas maripositas de mierda que terminan acercándose al arco iris y la verdad es que suena bonito, pero los corazones cuando se resquebrajan no. Que no hay que tener miedo, que por haber suspendido en junio no hay por qué temer a septiembre. El problema es cuando has suspendido seis veces (en febrero, en junio) y pides convocatorias extraordinarias a mansalva. Y claro, pues ya te fías menos. Que si fueses menos inteligente, quizá esto no habría pasado. Que yo lo que quería era conocer a alguien y pasar el rato, no era tan difícil, joder. Que si yo fuese más fácil de entender y tú no fueses tan bromista, atento y diferente al resto, pues todo sería mejor. Mejor, porque me da miedo. No, no es miedo. Es pánico a tener que vaciarme otra vez, contar mi vida, que la entiendan sin juzgarme y además que se queden a ver el resto de la película, con palomitas o sin ellas.

Tú y yo no teníamos que conocernos y aquí estamos. Tú de aquí y allá y yo de allí viviendo aquí. Tengo miles de preguntas y la mitad de ellas comienzan con “¿y si…?” Que como te dije, desde el primer momento me inspiraste una confianza que no era normal. Y eso era lo que intentaba descifrar. Pues dimito. No puedo hacerlo. Verás, no soy tan valiente como parezco, porque sino, tendría un escudo y una espada, no una coraza. No soy princesa ni quiero que me salven. Yo no nací para ese tipo de cuentos aunque a todas nos guste escucharlos. El problema es que también debo confiar… Y no es lo mío, ¿sabes? Quiero decir que, a pesar de ser una persona a la que le gusten las aventuras y el riesgo, cuando se trata de arriesgar mi corazón, retrocedo. Y no tres escalones, sino que bajo toda la escalera de un salto. Quien no arriesga no gana y es cierto que la zona de confort no es lo mío.
Tú y yo no teníamos que conocernos… Pero aquí estoy, recapitulando hechos. Sí, sí te iba a echar de menos cuando me preguntaste en tu coche; pero a pesar de que hable y me enrolle cual persiana, es cierto que a veces voy de dura. Es mucho más fácil adoptar ese papel que tener que interpretar el mío propio. En tu casa me dijiste, cuando te conté una pequeña (y resumida) parte de mi vida, que en cierto modo comprendías por qué reaccionaba así con los hombres y por qué os someto al análisis que hago. Y te dije que, bueno, no es la vida de ensueño, pero es la mía y la que me ha tocado vivir. Es cierto que mido todo al milímetro y quizá por eso, bajo la influencia de unas copas de alcohol sale mi verdadero yo, más atrevida y despreocupada. Porque la vida no está hecha para ir midiéndola. Sino para disfrutarla.


Tú y yo no teníamos que conocernos pero, por casualidades de la vida, lo hicimos. Y quise evitarlo pero no pude. Sí, creo en el destino, así que a lo mejor no debería hablar de casualidad. También creo en el karma. Y creo que ya no necesito más tiempo para pensar a pesar de que la vuelta no está cerca.
A lo mejor estaba escrito.
Quizá sí debíamos conocernos

lunes, 30 de marzo de 2015

La playa

Hay heridas que se quedan para siempre. Pueden decir que es cuestión de tiempo. Yo, que siempre he sido de acción-reacción, estoy aprendiendo a meditar y he llegado a la conclusión que no todo el mundo aprecia igual las joyas que podemos tener. Alguien con más poder decidió que la gente no volaría y debería correr a lo largo de la Tierra, porque debe ser más fácil controlar así el rebaño, y con esto nos surgió el gran problema: sabemos cuándo decimos “hola” sin embargo fuimos privados de conocer a ciencia cierta y saber cuándo nos deparará su antítesis, “adiós”. En este mes me resulta imposible reprimir las lágrimas cuando recuerdo tu presencia en cada momento de mi vida, las largas conversaciones y los buenos consejos y la impotencia de no poder tenerlos de nuevo. Pero cierro los ojos y es como si estuvieses aquí.

Eres sonrisa de oreja a oreja, eres una pipa sentado en el sofá y una jarra de agua helada en pleno enero. Eres el brazo que la ha cubierto y ella tu apoyo, eres unos ojos brillantes y las patas de gallo más atractivas del mundo. Eres el “nena deja de comer maíz que eso es para pollos” y una cuchara rebañando un plato de fabada. Eres cada salto y cada brazada en la piscina animándome a hacer otro largo, eres el mando de la televisión cada domingo en TVE1 haciéndome ver Cine de Barrio en vez de una película de acción en Antena 3. Eres la llama en cada miembro de esta familia y en nuestros principios. Eres cada partido de fútbol gritado en el salón con un buen aperitivo. Eres la envidia de todo hombre: tu pelo canoso y nada de entradas. Eres la hora del vermouth en el Al-Andalus y la mano que da de comer a Simba por debajo de la mesa. Eres un café solo con hielo durante todo el año (eh, ¡eso sí lo he heredado!) y eres unos ojos que miran por encima de unas gafas sentado en tu taburete en la nave. Eres el rechazo al bastón y un cigarrillo de L&M Light tras el desayuno y algún que otro orujo tras comer en el Jaén III un domingo en familia. Eres fundamento en nuestras vidas y en cada villancico pervertido en Navidad. Eres los nietos sentados en corrillo alrededor de tu sofá para escuchar tus historias y hacernos algún truco. Eres la cinta de Mireille Mathieu en el Ford Sierra. Eres la mejor espada de cine y una flecha en las Olimpiadas de Barcelona ’92. Eres el primero en cualquier baile y en una buena partida de ajedrez. Eres nuestra risa en cada comida familiar y el vacío en cada brindis de Nochevieja. Eres broma y carcajadas desde que te levantas hasta que te acuestas, el jaguar y el zorro con el “How are you?” “No, I’m sorry” y el “One ticket to Kentucky”, ah y comer en el KFC!! Eres un Magnum de chocolate-vainilla y unas buenas aceitunas de Campo Real. Eres recuerdo en cada persona que has conocido y una sonrisa en ellos cuando hablan de ti. Y eres nuestro orgullo cuando vemos que el resto lo hace. Eres Ultraviolet de Paco Rabanne y un pinchazo en la médula cuando la huelo. ErEres la esperanza en tu hija, la calma de tu mujer y la paciencia de tu hijo.  Eres el sol en cada uno de nosotros, aunque algunos estén más nublados que otros y eres agua (río, mar y lluvia), eres la canción de "La playa". Pero sobre todo eres corazón y eres el alma de esta familia.



PD. Esta vez la carta se ha hecho esperar un día más. Tengo miles de noticias que contarte, se me van acumulando con el paso de los años. Ayer, como de costumbre, te llevé la flor, ¿me estarías cantando “Ayer encontré la flor que tú me diste” de Gloria Estefan? Con la de veces que la cantábamos en el coche… Además, fui a llevártela al Sena (la zona al lado de la Torre Eiffel), porque la idea era llevarte una rosa blanca (como siempre) y es que ahí se concentra el monopolio de Oriente Medio con las rositas y los llaveritos, pero ya sabes que soy la Ley de Murphy personificada y ayer no había ninguno.  Pero oye, ¿cuántas veces te ha subvencionado el Ayuntamiento de París una flor la cual no conoces su nombre?

Me encantaría tenerte aquí y darte un achuchón. Te echo de menos cada uno de mis días, pero sé que te tengo conmigo y aunque no tenga la parte que pueda tocar, haría lo que fuera por volver a sentarme en tus rodillas. Te quiero Abuelo.


Tu Heidi

domingo, 25 de enero de 2015

Kilos de antigüedad

TGV Béziers - París

Quizá no debería escribir sobre ti. De hecho, desconozco absolutamente el motivo que me ha hecho acordarme de ti en este viaje en tren.
Siempre he tenido (o tuve miedo) a que me dañasen y creo que tú fuiste la primera en marcarme. Es cierto eso de que el primer amor no se olvida y precisamente el tuyo no fue un tatuaje de henna. Ya no puedo decir que me duela, ni siquiera puedo acordarme de la última vez que pasaste por mi cabeza. Pero es cierto que la herida fue profunda y una cicatriz es eso: una marca permanente, aunque el resto no la vean.
Ni tú leerás esto y la mayoría de la gente no sabrá de quién hablo. Y es que no quiero culparte, pero es cierto que sacaste una parte horrible de mi. Me dañé, me envenené de amor, de mentiras, me obsesioné. Ahora, que me encuentro en otro país, en otra ciudad completamente distinta, me acuerdo de esa niña enamorada, de las tonterías que llegó a cometer y las muchas que llegó a decir, pero también recuerdo el daño que causó a aquellos que la querían.

Pero me duele saber que no puedo querer. Tengo miedo y en mi última relación yo también envenené a mi pareja. En ese momento sabía que le haría daño, pero ahora que ha pasado el tiempo, me he dado cuenta de que, de algún modo u otro le enterré. Le enterré de la misma manera que tú lo hiciste conmigo. Me siento culpable además de una pésima persona. Y no es por nada, pero yo si debo soportarme a mi misma, porque voy a ser la única que va a vivir conmigo para toda la vida. No quiero fantasmas detrás de mi.
El verdadero problema es que, tengo miedo de haberme convertido en ti: una persona egoísta, manipuladora y avariciosa, buscando mi propio modo de vida y haciéndome la dura. Nuestra última conversación a pesar de nuestro estado de embriaguez me confirmó que tú no querías a nadie. De hecho, tú me confirmaste "Anaïs, soy yo y ya sabes que me quiero demasiado como para anteponeros". No puedo odiarme al igual que no quiero odiarte a ti, porque lo quiera o no, eres parte de mi pasado y marcaste un antes y un después en mi vida; pero tengo que reconocer que no puedo servirme del resto como hiciste tú.
Es fácil salir, sonreír y tomarse un par de copas para terminar emborrachándote de Polo Ralph Lauren o One Million contra una pared, el pintalabios corrido y el pelo enmarañado. Pero seguiría saliendo a todo correr tras cada encuentro. Me he convertido en lo último que quería: incapaz de querer por los parches que puse para tapar las heridas antiguas, que tirita a tirita hacemos muchos gramos, llegando al kilo. Kilos de tiritas antiguas. Kilos de antigüedad. Porque debo reconocer que me costó deshacerme de ti: noches llorando y culpándome. Que ahora soy incapaz de querer a la persona indicada porque me establecí un ideal "Oh, pobre de ti, que vas buscando el ideal de papi". Ahí fue cuando se me bajaron de golpe los calimochos, los cubatas y las cervezas. Seguro que hasta los chupitos: me di cuenta de lo cruel que podías llegar a ser.

Me arrepiento de haber seguido tu ejemplo y hacer caer a la pobre mosca en la telaraña. De hacerles confiar en mi y luego devorarles. Soy una viuda negra de casi un cuarto de siglo, pero lo peor es que me enseñaste a serlo llegando a la mayoría de edad. No voy a culparte: quise hacerme la viuda negra, demostrando que yo también podía ser "la chica sin sentimientos". Ahora lo que siento es haber tomado ese camino de arenas movedizas, de sábanas rojas y ojos brillantes, de manos esposadas y gargantas ahogadas, coletas altas y jadeos extenuantes. Porque me he cansado de asesinar amantes, porque muero de envidia cuando veo parejas como la que tengo enfrente, con sus suaves besos y que se quieren con la mirada. Porque yo también lo tuve y lo perdí para hacer lo que tú me enseñaste (o lo que yo quise aprender...)
Lamentablemente, las noches de hotel son efímeras, como las estrellas fugaces. Y yo quiero ser planeta. De verdad, quiero ser planeta, pero no sé cómo. No sé cómo querer porque yo ya también me quiero demasiado. Yo y mi corazón con caparazón de rocas.

Sin embargo, siempre me he preguntado si tú alguna vez te has sentido culpable como yo me he sentido este último año y medio. Y pude perdonarte, pero ahora necesito perdonarme a mi y eso no sé cómo hacerlo, porque no veo factible irme a Notre-Dame o a la Sainte Chapelle para ello. Quizá porque tú fuiste el primero en conocerme antes que yo me conociese a mi misma. Quiero dejar de estudiar presas y malgastar energías porque el tiempo no me lo va a devolver nadie. He tenido pesadillas durante ocho años donde despertaba durmiendo con mi enemigo. Es cierto que te culpé en cierta época, pero si hoy escribo esto es para darte las gracias porque quizá sí necesitaba quererme un poco más, aunque no de un modo egocéntrico como he llegado a hacer. Escribo por eso y para pedirme perdón.

Cambiar de país, compañías y verme sola me ha enseñado a valorar pero también a ser más humana. No pienso enterrar vivas a más personas porque quiero poder dormir tranquila cuando tenga sesenta años. Quiero querer y que me quieran, me he cansado de salir huyendo de camas a las seis de la mañana, quiero sentirme humana. No somos inmortales como dijiste aquel día de diciembre. Yo no quiero serlo: quiero vivir y aunque no puedo borrar lo que he hecho, ni puedo rogar perdones ni explicar los motivos por los que dañé a otros, sí puedo vivir mi presente de otro modo.
Esta es la primera y será la última vez que te escriba, porque yo necesito salvarme.

miércoles, 14 de enero de 2015

Je suis Charlie

Ejemplar Charlie Hebdo 14 enero
Charlie Hebdo: el periódico que todo el mundo deseaba esta mañana y sólo unos pocos hemos podido adquirirlo, puesto que a las 7.45 de la mañana no quedaba ningún ejemplar en todo París. Con una tirada de cinco millones, ha sido traducido a dieciséis lenguas además de exportarse a países occidentales.

Pancarta manifestación 11 enero
Hoy se cumple una semana del atentado terrorista a la redacción por parte de dos hermanos yihadistas Kouachi, debido a una publicación ofensiva en 2012. Cuando en París, muchísima población es árabe, musulmana e islámica, no dudé en preguntar y, sin embargo, nadie defendió el atentado: “en serio, ¿quién se acordaba de esa publicación de hace tres años?”, “esto ya no es que defendamos una religión, esto es terrorismo, no hay quien defienda eso”, “antes de ser francés, español, católico, musulmán o judío, somos personas. Somos seres humanos. Esto es una injusticia”. Y es que, el atentado no sólo se cobró la vida de los periodistas, sino también de policías y agentes de seguridad, además de la inestabilidad y miedo que sienten actualmente los ciudadanos judíos y musulmanes.

"Somos Charlie y somos libres"
Tras el atentado, se han llevado a cabo marchas ciudadanas y republicanas en la capital francesa, para demostrar la solidaridad con Charlie Hebdo y es resto de víctimas: de hecho, yo asistí a la manifestación del domingo 12 de enero, celebrada en Place de la République. Más de un millón y medio de personas de diferentes nacionalidades se agruparon para denunciar al terrorismo y defender la libertad de expresión (sólo en París, en otras ciudades se llegaron a registrar 2,5 millones). En el trayecto, el metro era una misión imposible: la gente no cabía y realmente íbamos como sardinas en lata. 
Salida de metro Strasbourg St-Denis
Cuando uno quería salir, teníamos que gritar para “medio-intentar” hacer hueco en ese caos, y a su salida se gritaba cuántas plazas quedaban libres (cuántas personas habían salido) y así saber cuántas podían entrar: eso no se he visto ni en el metro de Japón. Aquellos que salían nos deseaban “courage!” (ánimo/valor). El problema fue cuando nos avisaron de que la parada de metro de République (la que correspondía con el lugar de la manifestación) estaba colapsada y la habían cerrado, por lo que tuvimos que bajarnos una parada antes, donde toda LA MASA decidió acompañarnos. Salir del metro se convirtió en una verdadera cruzada, puesto que éramos cientos de personas embotelladas intentando grabar, sacar fotos, dándonos la vuelta para ver cuántos éramos.
Tras veinte minutos bajo tierra, salimos para darnos cuenta de que, la gran multitud estaba fuera.

Bandera (facilitada por Verónica Lawson)
Una de las cosas que más me emocionó nada más salir fue escuchar a todos los presentes entonar el himno francés (La Marseillese), que tiene una letra preciosa. Sentí lástima porque, lamentablemente, nosotros españoles jamás podremos cantar nuestro himno. Qué decir acerca de la cobertura: ya podía ser el apocalipsis porque no tuvimos línea desde las 14.30 hasta las 19.00, por lo que fue imposible llamar o compartir a través de las redes sociales. La red estuvo colapsada durante toda la tarde debido a la gran multitud en la zona.
Padre e hijo
Por suerte nos hizo sol y no se convirtió en una manifestación pasada por agua, por lo que decenas de banderas francesas ondeaban al viento, muchas de ellas con el eslogan “Je suis Charlie”, otros simplemente llevaban pancartas sobre la libertad de expresión o derechos, otros lápices enormes… El disgusto y el dolor se habían unido y se mascaban ese domingo. El ambiente además era realmente multicultural y había gente de todas las edades: desde padres que sostenían a sus hijos pequeños a hombros y los pequeños con carteles que rezaban “Je suis Charlie”, jóvenes que reivindicaban sus derechos, gente de avanzada edad quejándose del legado que les dejan a sus nietos…

Panorámica de la manifestación
 A los gritos de “Expression, liberté!” le siguió el movimiento de masas. Verónica y yo intentábamos avanzar entre la muchedumbre, ardua tarea para dos periodistas sin carné de prensa. Muchos árabes y musulmanes se presentaron a la manifestación y, precisamente una familia llamó mi atención: el padre portaba un cartel donde se leía “Somos una familia musulmana: también somos franceses, también somos humanos y también somos Charlie”.
Lápices "franceses" que son la vida
Era lo que realmente destacaba: ciudadanos islámicos contra la barbarie llevada a cabo la semana anterior y que se mostraban completamente abiertos y participativos en gran mayoría. Cuanto más nos acercábamos a Place de la République, el número de personas mareadas o desmayadas, seguidas del cuerpo de bomberos (Sapeurs Pompiers de Paris), la Gendarmerie o la Policía aumentaba considerablemente. Algunos incluso nos decían que no era buena idea, porque íbamos a contracorriente del resto de personas.

Place de la République
Hará poco menos de un mes que publiqué a través de Facebook e Instagram de la plaza parisina y aseguro que no tenía nada que ver un panorama con el otro: cientos de personas alrededor y decenas  de ellas subidas a la escultura monumental, con diferentes banderas y pancartas. La estatua que representa a la igualdad presentaba una cruz negra en spray en su boca. Los jóvenes gritaban “VOUS ÊTES QUI?” (¿quiénes sois?) a lo que el gentío de abajo respondía “CHARLIE!”. Me sería imposible describir lo vivido aquel día: las manifestaciones siempre me han agobiado y no he simpatizado con ellas. 
Una chica se dio la vuelta al vernos hablar y nos dijo en francés “gracias por venir desde tan lejos” a lo que la contesté “vivimos aquí”, ella sonrió tristemente y respondió “os he oído hablar español, pero igualmente gracias. Nos honra que extranjeros que viven aquí se sientan parte de nuestra sociedad y nos acompañen también en los malos momentos”.
Chica con pancarta "hippie"



Lamentablemente, el gobierno francés con otros muchos presidentes europeos no quisieron apoyar abiertamente la manifestación, sino que lo hicieron aparte. Los reyes y la plebe nunca se han dado la mano. Francia demostró sin duda ser un gran conjunto en esta situación. Como lo fuimos nosotros aquel fatídico 11-M. Qué lástima que sólo nos demos cuenta de lo poderoso que es un pueblo en este tipo de situaciones y de lo duros que pueden resultar nuestros mensajes. 

Los carteles se agitaban, las voces se alzaban más y más y nosotras acompañábamos a un París levantado cantando su himno. Ahora somos parte de Francia y también me honra decirlo. 







Agradecer a mi prima, Verónica Lawson-Vilches por la foto facilitada (la bandera francesa con el eslogan "Je suis Charlie" y la siguiente.

Porque yo también soy Charlie

jueves, 1 de enero de 2015

Imán de Año Nuevo

Reconozco que soy una bloguera un poco perezosa… Pero desde que llegué a París, la verdad es que no he parado y antes… Pues era pereza, sí, debo reconocerlo.
We´ll always have Paris

Tras todos los buenos deseos de año nuevo, la emoción, las risas y las lágrimas, me propongo a describir un poco mi llegada. Hoy se cumple un mes de mi llegada a París, por lo tanto seis meses en Francia. Medio año en la tierra vecina. La vida en París es completamente distinta a lo que había estado viviendo en el sur de Francia: el bullicio, el estrés, el transporte público, la polución, los puestecitos de crêpes y los dichosos vendedores ambulantes (a los que les contesto muy orgullosa “yo vivo aquí”. La vida es diferente y estoy acostumbrada a la ciudad, pero también echo de menos el salir a la terraza con un café y ver las montañas de Lunas. En Septiembre subí con mi primo y su tío en moto a lo alto de una montaña del valle donde viven y no puedo explicar la sensación que tuve cuando me vi allí arriba con todo el verde a mi alrededor. “En Madrid no tenéis esto, eh?”, me dijo Jérémy. Y es cierto, tenemos la Sierra de Madrid pero no es comparable a ello.
Las Monas y Lisa

Desde que he llegado a París no he parado de visitar sus calles, sus museos, sus catedrales, sus parques, ah! Y el metro, que ya me lo conozco mejor que el metro de Madrid, sinceramente. Aquí prácticamente para los menores de 26 toda atracción turística es gratuita, y cuando no, si eres residente europeo, tienes descuentos. Pero la gente aquí es muchísimo más fría que en el sur (donde se asemejan mucho a los españoles) y el tiempo atmosférico es mejor obviarlo: es imposible salir de casa sin unos guantes, una bufanda y un buen gorro. Aquí hay que decir adiós a los abrigos de trapo, puesto que tienes un 80% de probabilidades de que llueva todos los días y aunque yo salgo llueva, granice o haga el frío que haga, debo reconocer que cuando hay dos rayitos de sol disfruto como una niña pequeña. Adoro París, hay que decirlo y además el hecho de que mi prima Verónica esté aquí ayuda mucho.

Joyeux Noël en famille
Las Navidades tuve suerte de pasarlas en el sur de Francia con mi familia, donde me di cuenta de lo muchísimo que les echo de menos a ellos también. Cuando estás acostumbrada a vivir con ellos, eres parte de esa familia, las risas a la hora de sentarse a la mesa, las pullitas de Maixent, las sonrisas cómplices con Charline y estar liada en la cocina con Jérémy, tomarme un café con el tío y las conversaciones permanentes con la tía, Eny & Javà y la naturaleza de allí. Una Nochebuena en familia realmente agradable y acogedora y sentirte como en casa, al igual que en Navidad. Pero aquí en París voy a llevar a cabo el propósito de sacarme la titulación del idioma, con el que no pensaba avanzar tan rápido la verdad sea dicha. Sigo fallando como una escopeta de feria con los verbos (las conjugaciones) porque son realmente difíciles, y los acentos a la hora de escribir (agudos, graves y circunflejos, vamos, el pan de cada día). El lunes 5 de Enero empezaré la academia.

El panettone de "cada día"...
La pena llegó el 31 de Diciembre, cuando una Nochevieja la pasas fuera de casa, con nadie de tu familia ni amigos alrededor. Para ellos Nochevieja no se celebra a lo grande, por lo que cenamos pollo con arroz blanco y una ensalada (pero ojo, merendamos un panettone de Pierre Hermé [uno de los pasteleros más famosos de Francia] de canela, naranja confitada y castañas glaseadas; un panettone de nada más y nada menos de 180€, creo que no comeré otra vez un panettone de ese precio en mi vida. No quería empapar todo de lágrimas pensando en que por la tarde empezamos con la locura de qué nos ponemos, qué nos hacemos en el pelo, ¡saca los maquillajes!, y oyes a la familia por abajo “oye que los canapés no se preparan solos!” para nosotros es un ritual completo (al igual que en Navidad en Levante, y como lo he hecho esto año en Lunas). A esto se le suma que, París está lleno de españoles y creo que se tomaron en serio eso de “la Reconquista” porque me pateé toda la ciudad y no encontré uvas, a lo que Marine puso el grito en el cielo ¡Mais tu es espagnole! Ma pauvre, tu ne peux pas faire Nouvel An sans tes raisins!(“¡pero tú eres española! Mi pobre, tú no puedes hacer Nochevieja sin uvas!”) por lo que me preparó una cajita con doce uvas pasas (blancas, ojo…!) Y añadimos que quemé mi vestido (nuevo a estrenar,
París no es Venecia
negro, monísimo) de gasa con la plancha y se evaporó. Nada podía salir peor. Marine, ya más presa de la desesperación que yo se puso a buscar un vestido suyo (ella es muy delgada y alta) y me dejó uno negro elástico de Dior (más clásico pero bonito). Vamos que realmente empecé el año como si fuese una novia, con algo prestado, soy una catástrofe de los pies a la cabeza, eso no cambia, esté en España, Francia, USA o en Nambunbundia. Cuando estaba en la estación de tren esperando, hablé con mi familia (este año un poco dispersos también) pero contuve las lágrimas. Una vez en el tren (me disponía a ir a la Torre Eiffel para ver el espectáculo de luces), la única persona con la que iba, Ariana (una chica californiana), me dijo que no se encontraba bien. Si había dicho que nada podía ir peor, lo gafé. La sensación de vacío en un sitio inmenso como son los Jardines de Trocadero, lleno de gente, familias y parejas me estaba matando lentamente. Mi madre preocupada porque no me emborrachase y lo que hice fue fumarme casi un paquete de tabaco en unas simples horas.
No family, no party
El ambiente era espectacular, todo hay que decirlo: las luces, la gente cantando y bailando pero el frío no acompañaba. O a lo mejor el frío lo llevaba yo dentro, no lo sé, la verdad. Saqué mis pasitas y fui capaz de comérmelas sin derramar una sola lágrima, sabiendo que yo también faltaba a otros en muchas partes. Cuando terminó, eso era la catástrofe del Madrid Arena multiplicada por mil: cientos de personas queriendo salir por un cuadrilátero donde hay escaleras por todos lados y sí, tuve miedo (yo siempre pienso lo peor), y todas las bocas de metro estaban llenísimas. Me dispuse a bajar hasta Charles de Gaulle andando, porque total, nadie me esperaba ni llegaba tarde a ninguna fiesta y esperando al tren compré un Kinder Bueno doble (dos paquetes por 2€, me dije que por lo menos me iba a dar el gusto en algo esa noche) y me mantuve firme en que mi Nochevieja parisina no podría ser peor. Y es que una Torre Eiffel sin familia es ese día no es más que una torre vacía: iluminada y centelleante, pero realmente vacía. Las calles a las dos de la madrugada estaban completamente heladas y caminar por la acerca sin patines para el hielo era misión imposible. A las dos y media ya estaba en la cama con un frío glacial dentro del cuerpo, cerré los ojos miles de veces y no conseguí conciliar sueño, por frío o por pena; supongo que sería una mezcla química y explosiva de ambas.

Fanfarra austríaca
A la mañana siguiente, bajé las escaleras y nos felicitamos el Año Nuevo (por primera vez con besos y no dándonos la mano) y me preparé para ir a las fanfarras de los Campos Elíseos: cortan la carretera y hay una cabalgata enorme con gente de todo el mundo con sus banderas, música, animales, cabezudos, majorettes, payasos, enanos, orquestas, gaiteros escoceses y hasta un camión que portaba una pequeña pista de hielo. Si le sumo que hacía un sol increíble, puedo decir que sí que estuve contenta. Miré hacia el Puente de Alejandro, mi favorito de París: un puente con dos columnas a cada lado, coronadas con caballos dorados; me fijé en lo maravilloso que se veía, cómo brillaba con la luz de sol. Sonreí tristemente y me acordé del abuelo, haciéndome a la idea de que le tenía detrás y rompí a llorar con el sonido de las gaitas.
Los bauticé como "niños plumero"
Me senté en una de las fuentes verdes de Concorde y me di cuenta de que sólo fue una Nochevieja de mi vida, que París me está ayudando a conocerme a mí misma (el segundo propósito por el que vine a Francia) y que aún me queda mucho por crecer, por conocer, por reír, por llorar y por aprender. Que todos están lejos pero soy muy rica en familia y en muy, muy buenas compañías (unas quedaron muy atrás en los baches del camino y otras sin duda se han fortalecido notablemente): tengo una familia INCREÍBLE repartida por todos lados y unas amistades que a pesar de la distancia se siguen haciendo valer y por suerte, las amistades van creciendo en Francia. Que el 2015 sólo es un año más y que ojalá me aporte lo mismo que me ha brindado el 2014.


Año Nuevo siempre ha sido como un imán: en enero te atrae pero en diciembre, lo mires como lo mires, lo repeles. Pero a pesar de que los años, al igual que el tiempo, no tengan ningún tipo de garantía, Feliz Año Nuevo.