jueves, 1 de enero de 2015

Imán de Año Nuevo

Reconozco que soy una bloguera un poco perezosa… Pero desde que llegué a París, la verdad es que no he parado y antes… Pues era pereza, sí, debo reconocerlo.
We´ll always have Paris

Tras todos los buenos deseos de año nuevo, la emoción, las risas y las lágrimas, me propongo a describir un poco mi llegada. Hoy se cumple un mes de mi llegada a París, por lo tanto seis meses en Francia. Medio año en la tierra vecina. La vida en París es completamente distinta a lo que había estado viviendo en el sur de Francia: el bullicio, el estrés, el transporte público, la polución, los puestecitos de crêpes y los dichosos vendedores ambulantes (a los que les contesto muy orgullosa “yo vivo aquí”. La vida es diferente y estoy acostumbrada a la ciudad, pero también echo de menos el salir a la terraza con un café y ver las montañas de Lunas. En Septiembre subí con mi primo y su tío en moto a lo alto de una montaña del valle donde viven y no puedo explicar la sensación que tuve cuando me vi allí arriba con todo el verde a mi alrededor. “En Madrid no tenéis esto, eh?”, me dijo Jérémy. Y es cierto, tenemos la Sierra de Madrid pero no es comparable a ello.
Las Monas y Lisa

Desde que he llegado a París no he parado de visitar sus calles, sus museos, sus catedrales, sus parques, ah! Y el metro, que ya me lo conozco mejor que el metro de Madrid, sinceramente. Aquí prácticamente para los menores de 26 toda atracción turística es gratuita, y cuando no, si eres residente europeo, tienes descuentos. Pero la gente aquí es muchísimo más fría que en el sur (donde se asemejan mucho a los españoles) y el tiempo atmosférico es mejor obviarlo: es imposible salir de casa sin unos guantes, una bufanda y un buen gorro. Aquí hay que decir adiós a los abrigos de trapo, puesto que tienes un 80% de probabilidades de que llueva todos los días y aunque yo salgo llueva, granice o haga el frío que haga, debo reconocer que cuando hay dos rayitos de sol disfruto como una niña pequeña. Adoro París, hay que decirlo y además el hecho de que mi prima Verónica esté aquí ayuda mucho.

Joyeux Noël en famille
Las Navidades tuve suerte de pasarlas en el sur de Francia con mi familia, donde me di cuenta de lo muchísimo que les echo de menos a ellos también. Cuando estás acostumbrada a vivir con ellos, eres parte de esa familia, las risas a la hora de sentarse a la mesa, las pullitas de Maixent, las sonrisas cómplices con Charline y estar liada en la cocina con Jérémy, tomarme un café con el tío y las conversaciones permanentes con la tía, Eny & Javà y la naturaleza de allí. Una Nochebuena en familia realmente agradable y acogedora y sentirte como en casa, al igual que en Navidad. Pero aquí en París voy a llevar a cabo el propósito de sacarme la titulación del idioma, con el que no pensaba avanzar tan rápido la verdad sea dicha. Sigo fallando como una escopeta de feria con los verbos (las conjugaciones) porque son realmente difíciles, y los acentos a la hora de escribir (agudos, graves y circunflejos, vamos, el pan de cada día). El lunes 5 de Enero empezaré la academia.

El panettone de "cada día"...
La pena llegó el 31 de Diciembre, cuando una Nochevieja la pasas fuera de casa, con nadie de tu familia ni amigos alrededor. Para ellos Nochevieja no se celebra a lo grande, por lo que cenamos pollo con arroz blanco y una ensalada (pero ojo, merendamos un panettone de Pierre Hermé [uno de los pasteleros más famosos de Francia] de canela, naranja confitada y castañas glaseadas; un panettone de nada más y nada menos de 180€, creo que no comeré otra vez un panettone de ese precio en mi vida. No quería empapar todo de lágrimas pensando en que por la tarde empezamos con la locura de qué nos ponemos, qué nos hacemos en el pelo, ¡saca los maquillajes!, y oyes a la familia por abajo “oye que los canapés no se preparan solos!” para nosotros es un ritual completo (al igual que en Navidad en Levante, y como lo he hecho esto año en Lunas). A esto se le suma que, París está lleno de españoles y creo que se tomaron en serio eso de “la Reconquista” porque me pateé toda la ciudad y no encontré uvas, a lo que Marine puso el grito en el cielo ¡Mais tu es espagnole! Ma pauvre, tu ne peux pas faire Nouvel An sans tes raisins!(“¡pero tú eres española! Mi pobre, tú no puedes hacer Nochevieja sin uvas!”) por lo que me preparó una cajita con doce uvas pasas (blancas, ojo…!) Y añadimos que quemé mi vestido (nuevo a estrenar,
París no es Venecia
negro, monísimo) de gasa con la plancha y se evaporó. Nada podía salir peor. Marine, ya más presa de la desesperación que yo se puso a buscar un vestido suyo (ella es muy delgada y alta) y me dejó uno negro elástico de Dior (más clásico pero bonito). Vamos que realmente empecé el año como si fuese una novia, con algo prestado, soy una catástrofe de los pies a la cabeza, eso no cambia, esté en España, Francia, USA o en Nambunbundia. Cuando estaba en la estación de tren esperando, hablé con mi familia (este año un poco dispersos también) pero contuve las lágrimas. Una vez en el tren (me disponía a ir a la Torre Eiffel para ver el espectáculo de luces), la única persona con la que iba, Ariana (una chica californiana), me dijo que no se encontraba bien. Si había dicho que nada podía ir peor, lo gafé. La sensación de vacío en un sitio inmenso como son los Jardines de Trocadero, lleno de gente, familias y parejas me estaba matando lentamente. Mi madre preocupada porque no me emborrachase y lo que hice fue fumarme casi un paquete de tabaco en unas simples horas.
No family, no party
El ambiente era espectacular, todo hay que decirlo: las luces, la gente cantando y bailando pero el frío no acompañaba. O a lo mejor el frío lo llevaba yo dentro, no lo sé, la verdad. Saqué mis pasitas y fui capaz de comérmelas sin derramar una sola lágrima, sabiendo que yo también faltaba a otros en muchas partes. Cuando terminó, eso era la catástrofe del Madrid Arena multiplicada por mil: cientos de personas queriendo salir por un cuadrilátero donde hay escaleras por todos lados y sí, tuve miedo (yo siempre pienso lo peor), y todas las bocas de metro estaban llenísimas. Me dispuse a bajar hasta Charles de Gaulle andando, porque total, nadie me esperaba ni llegaba tarde a ninguna fiesta y esperando al tren compré un Kinder Bueno doble (dos paquetes por 2€, me dije que por lo menos me iba a dar el gusto en algo esa noche) y me mantuve firme en que mi Nochevieja parisina no podría ser peor. Y es que una Torre Eiffel sin familia es ese día no es más que una torre vacía: iluminada y centelleante, pero realmente vacía. Las calles a las dos de la madrugada estaban completamente heladas y caminar por la acerca sin patines para el hielo era misión imposible. A las dos y media ya estaba en la cama con un frío glacial dentro del cuerpo, cerré los ojos miles de veces y no conseguí conciliar sueño, por frío o por pena; supongo que sería una mezcla química y explosiva de ambas.

Fanfarra austríaca
A la mañana siguiente, bajé las escaleras y nos felicitamos el Año Nuevo (por primera vez con besos y no dándonos la mano) y me preparé para ir a las fanfarras de los Campos Elíseos: cortan la carretera y hay una cabalgata enorme con gente de todo el mundo con sus banderas, música, animales, cabezudos, majorettes, payasos, enanos, orquestas, gaiteros escoceses y hasta un camión que portaba una pequeña pista de hielo. Si le sumo que hacía un sol increíble, puedo decir que sí que estuve contenta. Miré hacia el Puente de Alejandro, mi favorito de París: un puente con dos columnas a cada lado, coronadas con caballos dorados; me fijé en lo maravilloso que se veía, cómo brillaba con la luz de sol. Sonreí tristemente y me acordé del abuelo, haciéndome a la idea de que le tenía detrás y rompí a llorar con el sonido de las gaitas.
Los bauticé como "niños plumero"
Me senté en una de las fuentes verdes de Concorde y me di cuenta de que sólo fue una Nochevieja de mi vida, que París me está ayudando a conocerme a mí misma (el segundo propósito por el que vine a Francia) y que aún me queda mucho por crecer, por conocer, por reír, por llorar y por aprender. Que todos están lejos pero soy muy rica en familia y en muy, muy buenas compañías (unas quedaron muy atrás en los baches del camino y otras sin duda se han fortalecido notablemente): tengo una familia INCREÍBLE repartida por todos lados y unas amistades que a pesar de la distancia se siguen haciendo valer y por suerte, las amistades van creciendo en Francia. Que el 2015 sólo es un año más y que ojalá me aporte lo mismo que me ha brindado el 2014.


Año Nuevo siempre ha sido como un imán: en enero te atrae pero en diciembre, lo mires como lo mires, lo repeles. Pero a pesar de que los años, al igual que el tiempo, no tengan ningún tipo de garantía, Feliz Año Nuevo.

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