domingo, 25 de enero de 2015

Kilos de antigüedad

TGV Béziers - París

Quizá no debería escribir sobre ti. De hecho, desconozco absolutamente el motivo que me ha hecho acordarme de ti en este viaje en tren.
Siempre he tenido (o tuve miedo) a que me dañasen y creo que tú fuiste la primera en marcarme. Es cierto eso de que el primer amor no se olvida y precisamente el tuyo no fue un tatuaje de henna. Ya no puedo decir que me duela, ni siquiera puedo acordarme de la última vez que pasaste por mi cabeza. Pero es cierto que la herida fue profunda y una cicatriz es eso: una marca permanente, aunque el resto no la vean.
Ni tú leerás esto y la mayoría de la gente no sabrá de quién hablo. Y es que no quiero culparte, pero es cierto que sacaste una parte horrible de mi. Me dañé, me envenené de amor, de mentiras, me obsesioné. Ahora, que me encuentro en otro país, en otra ciudad completamente distinta, me acuerdo de esa niña enamorada, de las tonterías que llegó a cometer y las muchas que llegó a decir, pero también recuerdo el daño que causó a aquellos que la querían.

Pero me duele saber que no puedo querer. Tengo miedo y en mi última relación yo también envenené a mi pareja. En ese momento sabía que le haría daño, pero ahora que ha pasado el tiempo, me he dado cuenta de que, de algún modo u otro le enterré. Le enterré de la misma manera que tú lo hiciste conmigo. Me siento culpable además de una pésima persona. Y no es por nada, pero yo si debo soportarme a mi misma, porque voy a ser la única que va a vivir conmigo para toda la vida. No quiero fantasmas detrás de mi.
El verdadero problema es que, tengo miedo de haberme convertido en ti: una persona egoísta, manipuladora y avariciosa, buscando mi propio modo de vida y haciéndome la dura. Nuestra última conversación a pesar de nuestro estado de embriaguez me confirmó que tú no querías a nadie. De hecho, tú me confirmaste "Anaïs, soy yo y ya sabes que me quiero demasiado como para anteponeros". No puedo odiarme al igual que no quiero odiarte a ti, porque lo quiera o no, eres parte de mi pasado y marcaste un antes y un después en mi vida; pero tengo que reconocer que no puedo servirme del resto como hiciste tú.
Es fácil salir, sonreír y tomarse un par de copas para terminar emborrachándote de Polo Ralph Lauren o One Million contra una pared, el pintalabios corrido y el pelo enmarañado. Pero seguiría saliendo a todo correr tras cada encuentro. Me he convertido en lo último que quería: incapaz de querer por los parches que puse para tapar las heridas antiguas, que tirita a tirita hacemos muchos gramos, llegando al kilo. Kilos de tiritas antiguas. Kilos de antigüedad. Porque debo reconocer que me costó deshacerme de ti: noches llorando y culpándome. Que ahora soy incapaz de querer a la persona indicada porque me establecí un ideal "Oh, pobre de ti, que vas buscando el ideal de papi". Ahí fue cuando se me bajaron de golpe los calimochos, los cubatas y las cervezas. Seguro que hasta los chupitos: me di cuenta de lo cruel que podías llegar a ser.

Me arrepiento de haber seguido tu ejemplo y hacer caer a la pobre mosca en la telaraña. De hacerles confiar en mi y luego devorarles. Soy una viuda negra de casi un cuarto de siglo, pero lo peor es que me enseñaste a serlo llegando a la mayoría de edad. No voy a culparte: quise hacerme la viuda negra, demostrando que yo también podía ser "la chica sin sentimientos". Ahora lo que siento es haber tomado ese camino de arenas movedizas, de sábanas rojas y ojos brillantes, de manos esposadas y gargantas ahogadas, coletas altas y jadeos extenuantes. Porque me he cansado de asesinar amantes, porque muero de envidia cuando veo parejas como la que tengo enfrente, con sus suaves besos y que se quieren con la mirada. Porque yo también lo tuve y lo perdí para hacer lo que tú me enseñaste (o lo que yo quise aprender...)
Lamentablemente, las noches de hotel son efímeras, como las estrellas fugaces. Y yo quiero ser planeta. De verdad, quiero ser planeta, pero no sé cómo. No sé cómo querer porque yo ya también me quiero demasiado. Yo y mi corazón con caparazón de rocas.

Sin embargo, siempre me he preguntado si tú alguna vez te has sentido culpable como yo me he sentido este último año y medio. Y pude perdonarte, pero ahora necesito perdonarme a mi y eso no sé cómo hacerlo, porque no veo factible irme a Notre-Dame o a la Sainte Chapelle para ello. Quizá porque tú fuiste el primero en conocerme antes que yo me conociese a mi misma. Quiero dejar de estudiar presas y malgastar energías porque el tiempo no me lo va a devolver nadie. He tenido pesadillas durante ocho años donde despertaba durmiendo con mi enemigo. Es cierto que te culpé en cierta época, pero si hoy escribo esto es para darte las gracias porque quizá sí necesitaba quererme un poco más, aunque no de un modo egocéntrico como he llegado a hacer. Escribo por eso y para pedirme perdón.

Cambiar de país, compañías y verme sola me ha enseñado a valorar pero también a ser más humana. No pienso enterrar vivas a más personas porque quiero poder dormir tranquila cuando tenga sesenta años. Quiero querer y que me quieran, me he cansado de salir huyendo de camas a las seis de la mañana, quiero sentirme humana. No somos inmortales como dijiste aquel día de diciembre. Yo no quiero serlo: quiero vivir y aunque no puedo borrar lo que he hecho, ni puedo rogar perdones ni explicar los motivos por los que dañé a otros, sí puedo vivir mi presente de otro modo.
Esta es la primera y será la última vez que te escriba, porque yo necesito salvarme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario