jueves, 28 de noviembre de 2013

Vida

Decir que lo bueno se hace esperar es casi como decir que llega tarde.
Aquella noche creí que no se podía seguir soñando, esperaba que el techo se hundiese. Descorrí la cortina, abrí la ventana y dejé que el frío inundase la habitación, mientras la herida seguía sangrando. El invierno había llegado y no habría forma de combatir su frío.
Unos vaqueros, un buen jersey, me calé el gorro de lana, me enfundé los guantes, cogí el abrigo y con todo mi valor salí a la calle. Me encontré con un frío incombatible, escarcha sobre el césped, corazones imperturbables… Y más frío: un frío que me estaba secando hasta las manos bajo los guantes. No llegué ni a dos calles. Quería volver a casa, pero… ¿Sabía dónde estaba mi casa? Por supuesto que sí, yo no estaba perdida,  yo lo que quería era salvarme, pero como siempre, me tengo que salvar de las ruinas de mi misma. Que no hay brazos en los que refugiarse ni islas en las que naufragar. Que cuando tienes miedo a la oscuridad lo único que quieres es que te regalen jardines en llamas.
Por lo que volví a casa y me limité a prepararme un café solo, la taza hasta el borde y rezumando humo. Salí a la terraza y encendí el último Marlboro. Y pensé…


Vivir ha sido siempre un verbo relacionado con necesitar”. Y es que no deberíamos necesitar, sino desear, que no es lo mismo. Necesitar es algo tóxico, es destructivo: de verdad, necesitar es sinónimo de envenenar. Sin embargo desear es algo sano, saca lo mejor de nosotros mismos, puede hasta relacionarse con compartir. Nadie depende de nada ni de nadie, no se puede ser drogadicto de algo que no nos pertenece, no se puede recaer permanentemente en lo que ya sabemos que no va a cambiar. La vida es demasiado bonita y amplia en cuanto a felicidad como para limitar la nuestra a alguien. Tendemos a depositar nuestra felicidad en otras manos cuando se halla en las nuestras: sólo nosotros somos los dueños de nuestra felicidad, de encontrarla, de disfrutarla. Habrá quienes nos acompañen, pero incluso en esas circunstancias, deberíamos aprender a saber decir “Te quiero... Pero puedo ser feliz sin ti”. Porque nadie es imprescindible en la vida de nadie. Si fuese así, nadie moriría, la muerte sería una leyenda más, escrita en los libros de Perrault y plasmada en la cinematografía de Disney-Almíbar, y el mundo tendría híper-población.

También escribir es sinónimo. Es sinónimo de gritar. Yo escribo para poder parar el tiempo al menos unos minutos, recordar lo que siento o lo que cuento de mí. A veces incluso para revivir. El amor nos hace puros, felices, nos hace crecer y ser mejores personas. Pero nunca nos debe volver mendigos ni esclavos de la ansiedad y la tristeza. Quien no te quiere o no te quiere de la forma que deseas también debe ser feliz en cuanto a ello se basa. El mundo tiene toda una gama de colores y nos empeñamos en pintarlo de gris. En este mundo nadie es más fuerte que nadie, lo único que hay que hacer es avanzar. Lo imperdonable es permanecer en la tristeza como si esto fuese el limbo.

La vida me ha enseñado que hay que saber cuándo ir, cuándo volar, cuándo conocer… No todos los planetas son iguales y siempre hay algo nuevo que descubrir. El mejor regalo no es el mañana: es el ahora. Y a veces, por mucho que duela, tendremos que tomar decisiones difíciles. Quizá debamos seguir solos en épocas de nuestra vida, porque estemos con alguien que nos retrasa, porque la vida ya no sea igual con esa persona, que, por muy especial que sea, no es necesaria en esta etapa de tu vida. Y sí, los arranques de ira, los momentos de locura y todo el amor que pueda haber quizá sean innecesarios para este momento de nuestra vida, la cual sonríe y seguramente no sea por vuestra causa. El vuelo ha comenzado y lo único que busco es arriesgarme. Y, sonará repetitivo, pero nadie dice que sea fácil… Pero todo pasa, hay que basar tu felicidad en ti mismo.

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