lunes, 21 de julio de 2014

"Courage"

Ese momento en el que me clavo las uñas y aprieto los dientes cuando la gente te escribe para decirte “Oye qué bien vives, ¿no? Que estás en Francia!”, sin darse cuenta de que, seguramente, mi esfuerzo es mayor que el suyo. Que esas personas no tienen que estar comiéndose la cabeza las 30 horas del día por cómo puedes organizar siete palabras en tu cabeza que  realmente están mal dichas pero a ti te suenan bien en tu cabeza; que, en una parte estás en familia, pero no tienes todo lo que hace un mes tenías. Las fotos que podáis ver en Facebook o Instagram sé que pintan genial, soy consciente de ello. Me gustaría que todos aquellos que juzgan viesen de verdad contra lo que lucho: un país al que me he venido sin saber decir tres palabras correctas y que la primera semana me fui con dos ovarios a hacer la compra sabiendo que en este pueblito nadie habla inglés o español: “Me entenderán. O me entienden o me hago entender. Has estudiado Periodismo, hablas mucho y de lo que sea, así que es tu momento”.  Luego mi primo y mi tío me hicieron la ola diciendo que había sido valiente de ir yo sola, que ellos seguramente en otro país, no lo habrían hecho. Mi miedo no es decir las cosas mal, no tengo ningún reparo en que me corrijan, si estoy aquí es para aprender y todo proceso de aprendizaje necesita muchas correcciones. Pero la gente ve que viajo, que es lo que llevo haciendo realmente media vida, pero no ven otra parte de mí. No importa el lugar de dónde vengas, la ciudad que visites o la gente que conozcas, sino lo lejos que estás de casa, de tu familia y el confort de la misma, la distancia espacio-tiempo, que es un brecha fina y frágil, pero ¿qué sientes por dentro?

Eso la gente es incapaz de verlo, no queda reflejado en ningún tipo de red social. No saben si hoy te has despertado dando botes de alegría o si te has pasado media noche llorando. Es como cuando teníamos diecisiete años y decíamos eso de “Es que tienes el Tuenti lleno de fotos estando de fiesta!” y todos respondíamos con el típico “Ah, ¿que tú te sacas fotos estudiando?”… Por lo tanto, juzgan. Juzgan sin saber, pensando que actualmente mi estado pecuniario va sobre ruedas como si me sobrase la pasta, vamos  y que sólo me dedico a viajar porque puedo. Y nada más lejos de la realidad.
A día de hoy, cuando se cumplen exactamente tres semanas desde que llegué a Francia, creo que es importante experimentar este tipo de sensaciones. Es igual que una montaña rusa. Cuando has comprado los billetes de tren o de avión es como cuando te pones a la cola de la mejor atracción del mundo. Cuando subes al avión notas la adrenalina correr: sabes que es algo nuevo, compáralo a cuando te abrochas el arnés de la montaña rusa. Y luego está la subida… Sabes que puede fallar, el miedo a lo ilógico, lo paranormal, la tristeza y el miedo… Y entonces caes y experimentas al mismo tiempo la excitación y el disfrute. También puedes compáralo a los momentos de soledad y los estallidos de carcajadas cuando viajas. Es el ying y el yang. Lo malo y lo bueno.

Lo bueno de viajar sola es que es fácil conocer gente, pero es más difícil en pueblos pequeños que en la ciudad. Pero si no tienes nadie con quien hablar tienes dos opciones: o eres extrovertida como yo o terminarás hablando contigo misma como yo también, para no perder el español. Puedes ir o dejar de ir a donde tú quieras, siempre y cuando el coche te lo permita. Yo aquí o tengo coche o no hago nada. Pero claro, si vas con tu grupo de amigos y ellos quieren ir al Museo de las Margaritas y tú tienes alergia al polen, esos problemas, sola, no existen. La comida: el mejor de los factores. Odio viajar con gente a la que no le gusta nada de comer (sí, tengo una facilidad asombrosa para dar con gente únicamente carnívora). Por tanto, comerás lo que quieras, cuando quieras y como quieras. Capacidad de absorción: si no tienes mucha gente con la que hablar, prestas más atención a todo lo que te rodea y eres consciente de que reparas en detalles que, si fueses acompañado, no te fijarías. Los cambios de personalidad: viajar ayuda a madurar. Mamá no está para hacerte la comida ni plancharte, ni doblarte la ropita y meterla en los cajones. Te toca a ti resolver, administrar tus recursos y arreglártelas por tu cuenta. Hacerte la loca: cuando nadie te conoce no tienes que preocuparte por nada. Puedes vestirte como quieras, bailar extraño, olvidar la dieta… Total, no me conocen.
Lo malo es que, al viajar sola, los gastos no se comparten: mala suerte, menos mal que di un año de economía en la carrera y me va ayudar mucho (nótese la ironía). Esos momentos de forever alone: cuando vas con treinta bolsas y quieres pasar al baño y no tienes quien te las sujete, o tener que preguntar en veinte idiomas que alguien por favor te saque una foto, o alguien que cuide de ti (yo que soy una paranoica y hay veces que me imagino lo peor, es lo que tiene estudiar Periodismo, y voilà, no hay nadie que responda a tus “me encuentro fatal, y si me desmayo aquí en medio, ¿quién me ayuda?”.


Total, que si vais a decir algo cuando no habéis experimentado NADA de esto, podéis atragantaros con vuestras críticas constructivas o no hacia mi persona. La mayoría de vosotros ni siquiera sabéis el propósito de mi viaje. ¡Shhhh…!

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