sábado, 4 de enero de 2014

Cambios

Primera actualización del año. Superados los días previos, los nervios, el halo de incertidumbre que rodea a la Nochevieja, ya nos queda la última fiesta para volver a la realidad: Noche y Día de Reyes.
El año nuevo me ha traído muchas novedades, unas buenas y otras... Dejémoslo en no tan buenas, pero eso no hace que pierda el interés en mi “cruzada personal”. La vida es demandante. No he empezado el año con una lista de propósitos, las cuales para mi no tienen sentido alguno, porque, ¿para qué? Si seguramente no los cumpla y además… Ya todo está escrito. Y me estoy sintiendo muy positiva con esto del comienzo de año: bajo capas y capas de problemas, responsabilidades, falta de mimos y falta de sueños, no me siento desgastada, sinceramente.

Me he sacudido del abrazo de la melancolía, ya no hay nudo que me ahogue y aunque me ha dolido dejar a muchas personas atrás (en las que incluyo a familia y amigos), sé que no estoy sola. Y, aunque siempre he detestado la típica frase de “año nuevo, libro nuevo”, a la cual siempre decía que estaba harta del dichoso libro nuevo que no llegaba, este año ha tocado. Sí. Será el destino, que debía de pasar todo esto en el lapso de cuatro meses, para que en mi cabeza se activase el botón de alarma y saltase el chip de cambiar.


Lo conté alguna vez. Mi abuelo me dijo cuando cumplí quince años (acompañado de un regalo que siempre llevo colgado al cuello) que la vida era corta y que, si para ser feliz, debía ser egoísta, que lo fuese. Me he repetido incontables veces esa frase en la cabeza, pero, lamentablemente, no la cumplí. Pensando en cómo actuar, qué hacer para complacer a todo el mundo. Y qué curioso, que justo cuando decidí serlo, y dejar de ser yo la que llamase/enviase whats/estuviese pendiente de los demás… Los demás, simplemente, desaparecieron. Así, sin más, sin cursilerías ni utopías.

En mi vida habré sobrevivido a situaciones difíciles, pero eso no me ha hecho sentirme más fuerte ni más feliz, simplemente me recuerda que estoy viva y que soy capaz. Y las promesas no valen de nada, ni los juramentos, ni toda esa bazofia que te hacen creer desde que somos pequeños. Y nadie demuestra nada por temor a quemarse. A lo mejor yo me he quemado tantas veces que, la chamusquina me impide demostrar más a aquellos que no lo merecen. Al igual que nunca estamos suficientemente lejos de quienes odiamos, nunca estamos absolutamente cerca de aquellos a quienes amamos.

Y ese es un principio (atroz, pero real) del que todo el mundo debe ser consciente. Hay verdades que merecen nuestra atención y hay otras… Con las que no conviene mantener diálogos.

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