miércoles, 21 de septiembre de 2016

Quinientos

Lo que nadie te dice cuando viajas y vives fuera es la lista de las miles de cosas que vas a echar de menos. Al principio todo el mundo estará contento, se alegrarán por ti e incluso, cuando llegue el momento del adiós, llorarán porque te vas. Pero vuestras vidas dejarán de ser compatibles, vas a perderte los cumpleaños, las comidas familiares, las quedadas con los amigos. Tu vida va a estar completamente aparte. Vas a sentir pena y… vas a llorar. Mucho. Pero nadie te dice eso. Nadie te dice la de kleenex que vas a gastar echando de menos a tu gente. Quinientos papelitos rodando por la sala. Porque para ellos sólo se ha ido una persona, mientras para ti se han ido todos nadie te va a decir la manera en la que la gente va a reaccionar cuando vean que con tu salario no puedes permitirte bajar en todas las vacaciones/puentes posibles. Ellos no van a estar para celebrar tus logros y tampoco van a estar para secar tus lágrimas. Así que, en tu nueva vida aprendes y comienzas a hacer tu “pequeña nueva familia”. Lo que te ha llevado años contar a amigos en tus zonas de confort, en tu nueva  morada quizá te lleve un par de meses.

Vas a hacerte fuerte por necesidad y te harás roca si ya eras o creías que eras fuerte. Vivir lejos te curte, como las manos en  el anuncio de Neutrogena. Vas a aprender la diferencia entre “problemas” y PROBLEMAS: te deshaces de muchas cosas y de muchas personas que no te aportan absolutamente nada. Pero entre otros, vas a conocer a personas increíbles y descubrirás que ni eras tan “rara” o “diferente” o “borde” como tú creías o el resto del mundo te había hecho ver. Personas con gustos iguales o no, pero con las mismas ganas de vivir, disfrutar y descubrir  que tú.

Y tienes que cortar raíces: en un principio, me sentía frustrada porque veía que ya había dejado de “formar parte” de mi vida anterior. A base de muchas charlas, cafés y lágrimas reconocí que no podía estar viviendo en dos partes: o bien vivía en Madrid o en París,  pero no seguir atormentándome con lo que pasaba allí y empezar a verlo de manera objetiva, cual mero espectador. Obviamente, elegí París: mi vida actual, nuevos amigos que, aunque no son los que he tenido hasta que he llegado a aquí, compartimos la experiencia de ser extranjeros (seguramente algo que muchos de mis amigos no comprenden) y se han hecho un hueco enorme en mi corazón; mi trabajo, mi pareja con la que paso cada día… Esto es lo que elegí.

París es una ciudad dura: de entrada, esto no es el sur de Francia, la gente va a ser muchas veces crítica con tu acento, mientras otros te dirán que lo adoran; si el año tiene doce meses, ten por seguro que once de ellos va a llover y  que diez vas a ir abrigado; el efecto sol juega un papel importante, sobre todo en los españoles, cuando en invierno puedes estar fácilmente tres semanas sin ver un mini rayo de sol; la gente es mucho más fría, pero es cierto que luego cuando te acogen, no van de falsete.
A veces vas a flaquear: me gustaría encontrarme con mi yo de catorce años y decirle que en doce años no va a vivir en Estados Unidos como esperaba, sino en Francia y que, a pesar de no haber estudiado francés, no se te da tan mal… Pero que no te vas a comer el mundo, es más, bonita, el mundo te va a comer a ti. Vas a arrepentirte de no haber pasado más tiempo con tu familia, disfrutando de un café en la terraza, vas a echar de menos los gritos de tus hermanos los domingos por la mañana temprano tras un sábado de fiesta, las comidas en familia los domingos y las quedadas con las chicas. Los cigarros en el jardín en verano y en invierno en el porche “venga el último y a sobar”.

 Pero lo vas a cambiar por “¿una de sushi/muerte por sopa hoy?”, “¿tú crees que nos perderemos hoy?”, “¿cuándo nos vemos esta semana?”, “veeees… te lo dije”, pasear sin motivo alguno, que te rompa a llover y no lleves paraguas (es más, que ni tengas, viviendo en una de las ciudades más lluviosas del mundo), empezar a beber cerveza/vino tinto y descubrir que no estaba tan malo como decías (es que es lo más barato aquí…), mezclar todos los idiomas posibles, conocerte todos los Starbucks de la ciudad, bañarte en el Sena y tomar el sol en bikini en los parques cual guiri (sí, yo que me reía de las alemanas que se iban al Parque del Retiro), porque ahora tu vida está aquí. Esto es lo que has hecho de ella. Pero también es bonito cuando llegas a casa y tienes a alguien que te espera para darte un beso 

Tengo 26 años y supongo que aún me sigue quedando mucho por aprender, pero de momento quiero disfrutar de esta vida. No seré joven eternamente.

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