sábado, 29 de marzo de 2014

Síntomas

Supuse que sería una simple llamada más. No un cambio sustancial en mi vida.
Nos aferramos a personas, a sentimientos, a un tipo de felicidad contagiosa que luego, por mucho que busquemos, no encontramos. Y ese es el primer síntoma.

El síntoma de las horas que pasan mientras esperas en un sillón a que llegue de trabajar, a que se siente en su sofá (primero verde y luego granate) con los refuerzos en madera y una manta por encima. El síntoma de cenar en el salón con tu bandeja y esa jarra de plástico con agua y llena de hielos, siempre, aunque fuese pleno invierno y ver algún programa en la televisión con vosotros y Simba a tus pies. El síntoma de bajar a los frutos secos y tu “Nena, una barrita de Candeal y el secreto”, cuando el secreto era un paquete de tabaco L&M Light, que recordaré siempre… “De algo me tendré que morir”, y lo que me enfadaba que dijeses eso, mientras a escondidas yo rompía cigarros y tiraba paquetes, para ahora de mayor, haber terminado fumando. El síntoma de ser capaz de tener a siete nietos sentados en el suelo mientras tú contabas historias, qué más daba si eran las mismas, ¡si éramos nosotros quienes te las pedíamos! El síntoma de buscar el mando, porque poníais Cine de Barrio, os dormíais y cómo me iba acercando sigilosamente a por el mando: lo cogía, cambiaba (Antena 3, Godzilla) y despertabas, me mirabas y te decía “Jolín abuelo… Que quiero ver Godzilla” y tú que me decías “Nena, ¿pero tú has visto lo guapa que sale Sara Montiel?” y claro, yo me tragaba La Violetera y vosotros dormíais la siesta. El síntoma de echar de menos tu sonrisa, o cómo me llamabas “mi Heidi”, mi 7 colgado al cuello eternamente. El síntoma de ir cantando en el coche Mireille Matthieu,  o cuando me dijiste que Julio Iglesias era hermano de la abuela, o versionar canciones de La Oreja de Van Gogh… “La playa”… Siempre será tú canción.


Ya han pasado siete años… Y, lo cierto es que los primeros sí que fueron los que yo determiné como “síntoma 1”. El síntoma de la ausencia. El creer que volverías, y el impaciente esperar para ver las 19.30 en el reloj de madera y pensar que llegarías a casa… Pero tardarías un poco más… Y un poco más… Y entre tardar más y esperar y repetírmelo una hora, venía el “síntoma 2”, el síntoma de la congoja. Y las lágrimas. Lágrimas que corrían por las mejillas sin poderlo controlar. Y ahí fue cuando llegó mi peor síntoma: el “síntoma 3”. Síntoma 3 era una mezcla de enfado, rabia y egoísmo. Síntoma 3 era mi propio veneno enfrascado. Síntoma 3 se manifestaba con el enfado de que me habías prometido que volvías en el aeropuerto, la rabia interna de ver que no fue así y el egoísmo de “me has dejado sola”.

Esos fueron los principales síntomas del primer año. A posteriori, me dijeron que era algo completamente normal, las etapas por las que pasamos cuando perdemos a un ser querido. Pero me seguía acostando todas las noches, pensando aunque fuesen unos minutos en ti (aún lo sigo haciendo) y en nuestros momentos juntos. Luego vinieron los síntomas en los que recuerdas cosas, pero el peor síntoma vino con la aceptación. La dura aceptación. El intentar psicoanalizarme y ver el hueco que habías dejado en mí (y en cada uno de nosotros), como si hubiese pasado un huracán por casa y dejase todo patas arriba. Las veces que me hervía la sangre, la rabia acumulada, las ganas de gritar, patalear y tirarme de los pelos, desaparecer del mundo y era entonces cuando con el arco tensado que mantenía en el alma… Soltaba la flecha del “DÉJAME EN PAZ, DÉJAME POR FIN DORMIR UNA NOCHE SIN TENER QUE MOJAR DE LÁGRIMAS LA ALMOHADA, ME ARDAN LOS OJOS Y ME LATAN LAS SIENES, DÉJAME QUE ME VAYA LEJOS, MUY MUY LEJOS DEL MUNDO SI FUERA POSIBLE!”. Y entonces despertabas otra vez, en la misma cama en la que tantas veces te habías despertado y acostado, con la almohada húmeda y jaqueca. Y es entonces cuando aprendí que no debía mostrar mi desesperación ni mis heridas abiertas.

El síntoma de no tener el valor suficiente para muchas cosas, mientras otros piensan lo fuerte que eres, sin saber o sin olvidar que tú también eres persona. Que también respiras y tienes sentimientos. La de veces que me he tumbado en la cama pensando “Me estás poniendo a prueba, ¿verdad?” sin obtener respuesta alguna, obviamente. Tenía aún tantas cosas por aprender de ti y a veces me pregunto si me manifiesto en alguna, de si estarás orgulloso de mi, que siete años para aparecerte en un sueño son muchos años, ¿sabes? Pero estabas ahí y parecías tan real, te podía abrazar, te podía tocar y de algún modo lo sentía como si fuese de verdad. Pero con el último síntoma manifestado (pena) tengo el síntoma de alegría, bienestar, cariño sepulcral y un orgullo que no me cabe en el pecho: no ha habido mejor persona que tú, ni en esta vida ni en otra; la alegría de haber compartido mi vida contigo, bienestar de haberla disfrutado, cariño incondicional de nieta que te ha adorado y orgullo de haberte tenido como ABUELO. Siento que tengo tantas cosas que decirte y no sé por dónde empezar, pero me gustaría que me pidieses el beso de siempre, de esos fuertes que te daba en la mejilla y me decías “¡Más fuerte!” y apretaba más para luego, cuando parase, me bizcases los ojos e hicieses que te había desencajado la mandíbula.

Realmente, todo sería distinto si aún siguieses aquí, si no hubieses hecho esa promesa en el aeropuerto, sin tener que hacerme a la idea de no verte a no ser que sea en papel… El tiempo pasa pero sigo guardando frases… “Por dentro estarás rota, pero ante nada lo notan”.


Gracias por 16 años inigualables. Ahora me toca seguir el camino, aunque cuando flaqueo, me permito sentarme, imaginariamente, en tus rodillas. 
Abuelo, abuelo… Hace mucho que no me cuentas un cuento. Te quiero.

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