domingo, 2 de marzo de 2014

Polvo de hadas

Volvió Marzo para martillearle lentamente. Para recordar y autoconvencerse de las piezas clave del pasado. Para saber y necesitar aceptar lo ocurrido, a pesar de que era consciente de que hacía mucho tiempo que el verbo esperar no existía. Marzo siempre estuvo cubierto de nostalgia y daño hasta hacía cuatro años aproximadamente, pero nadie podía quejarse de lo que había provocado, ¿verdad? Marzo provocó suspiros y desarrolló un síndrome de dependencia a raudales, transformado en brazos que agarran y pechos sobre los que dormir. Que por mucho que lo intentase quizá el olor se había transformado en droga de los últimos abrazos que ella había aceptado siempre que él preguntaba si los quería recibir. Una droga insaciable porque cada vez que lo respiraba no sabía si era mejor o peor. Por el momento se elevaba, como aquel que con polvo de hadas y extendiendo los brazos empezaba a levitar, volando como en el cuento de Peter Pan. Lo peor es que ésta vez no era una historieta de su imaginación. La realidad se había estancado.



En Marzo el tiempo se acababa y ella seguía autocomponiéndose, intentando arreglarse, desintoxicarse, por lo menos para crear un mínimo de oxígeno de reserva, al menos de ese del que echaba mano cuando algo o nada iba bien. El problema es que ese tipo de oxígeno se escondía demasiado bien, y entonces fue cuando se vio en reserva. No recordó dónde había guardado la otra bombona de repuesto, tras toneladas de corazas inservibles. Necesitaba encontrarlo, por lo menos para tirar de él un tiempo más, por lo menos hasta que se agotase como como un grifo de tuberías congeladas donde las gotas caen monótonas.

Pero ya. En Marzo faltarían más de tres trescientas sesenta y cinco vueltas de espera. Lo que ella quería decir es que es como si se volviese niebla... Sí, como si se volviese niebla, eso es. Niebla en estado de suspensión en el aire, entonces la emoción de tocar el cielo desaparecía, sólo imperaba el frío de la inactividad y se sostenía sin más. Ya no volaba como antes. Nada de alas desplegadas, nada de pulmones a reventar luz, nada de nada. Que no podía salir, pero tampoco podía entrar, que estaba suspendida en esa niebla-limbo con una ciudad llena de obras y trayectos interminables aunque fuesen de cinco minutos, que no habría nada de nada ahí. Y lo peor, o lo mejor del caso, es que, ahora, ninguna vitamina personificada podía ponerle los pies en el suelo ni elevarle al infinito.

Total, tampoco iban a darles el Oscar al drama más empalagoso del año.

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