Volvió Marzo para martillearle lentamente. Para recordar
y autoconvencerse de las piezas clave del pasado. Para saber y necesitar aceptar
lo ocurrido, a pesar de que era consciente de que hacía mucho tiempo que el
verbo esperar no existía. Marzo siempre estuvo cubierto de nostalgia y daño
hasta hacía cuatro años aproximadamente, pero nadie podía quejarse de lo que
había provocado, ¿verdad? Marzo provocó suspiros y desarrolló un síndrome de
dependencia a raudales, transformado en brazos que agarran y pechos sobre los
que dormir. Que por mucho que lo intentase quizá el olor se había transformado
en droga de los últimos abrazos que ella había aceptado siempre que él
preguntaba si los quería recibir. Una droga insaciable porque cada vez que lo
respiraba no sabía si era mejor o peor. Por el momento se elevaba, como aquel que
con polvo de hadas y extendiendo los brazos empezaba a levitar, volando como en
el cuento de Peter Pan. Lo peor es que ésta vez no era una historieta de su
imaginación. La realidad se había estancado.
En Marzo el tiempo se acababa y ella seguía
autocomponiéndose, intentando arreglarse, desintoxicarse, por lo menos para
crear un mínimo de oxígeno de reserva, al menos de ese del que echaba mano
cuando algo o nada iba bien. El problema es que ese tipo de oxígeno se escondía
demasiado bien, y entonces fue cuando se vio en reserva. No recordó dónde había
guardado la otra bombona de repuesto, tras toneladas de corazas inservibles. Necesitaba
encontrarlo, por lo menos para tirar de él un tiempo más, por lo menos hasta
que se agotase como como un grifo de tuberías congeladas donde las gotas caen
monótonas.
Pero ya. En Marzo faltarían más de tres trescientas
sesenta y cinco vueltas de espera. Lo que ella quería decir es que es como si se
volviese niebla... Sí, como si se volviese niebla, eso es. Niebla en estado de suspensión
en el aire, entonces la emoción de tocar el cielo desaparecía, sólo imperaba el
frío de la inactividad y se sostenía sin más. Ya no volaba como antes. Nada de
alas desplegadas, nada de pulmones a reventar luz, nada de nada. Que no podía
salir, pero tampoco podía entrar, que estaba suspendida en esa niebla-limbo con
una ciudad llena de obras y trayectos interminables aunque fuesen de cinco
minutos, que no habría nada de nada ahí. Y lo peor, o lo mejor del caso, es
que, ahora, ninguna vitamina personificada podía ponerle los pies en el suelo
ni elevarle al infinito.
Total, tampoco iban a darles el Oscar al drama más empalagoso
del año.
No hay comentarios:
Publicar un comentario