Me senté en la silla. Frente a mí, la mesa y el té rojo con limón que me
miraba echando humo. Acerqué las manos a la taza para rodearla. El calor que
desprendía me tranquilizó. Y pensé que esto no podía seguir así. La situación
se hacía insostenible cada día que pasaba. El techo cuanto más alto más caía y
el cielo cuanto más azul estaba más gris lo veía yo. "Pesimismo"
gritaba mi interior. "Dolor" me decía la cabeza.
La mezcla de ambas me estaba martirizando. Las desgracias vienen de tres
en tres, ¡qué cierto! Y parece que sales de una y te metes en otra. Así soy yo.
Bueno, así ha ido siendo mi vida paulatinamente. Levanté la taza y bebí un
sorbo a pesar de que sabía que me quemaría. El líquido fue atravesando como
fuego mi garganta. Respiré. Aspiré. Solté el aire lentamente. Di vueltas y
vueltas con la cucharilla a la taza. Vueltas y vueltas, como mi vida. La
sensación de perdida me iba invadiendo lentamente y los ojos se me anegaron de
lágrimas. "NO", me dije interiormente. Hacía
mucho que me había prohibido llorar, pero había fracasado estrepitosamente.
Había roto mi promesa interior. Bebí otro trago.
Esto no sólo venía por un problema. Los vasos no rebosan por una sola
gota. Sino por el conjunto de muchas. Simplemente que hay una que lo colma. Eso
no significa que la última gota tenga más culpa que las demás. Me quité el
pañuelo del cuello y me lo puse sobre las muñecas. Reprimí las lágrimas, fui
capaz de no llorar. Me recordé a mi misma que yo soy la que elige qué camino
tomar, que la que lleva las riendas de mi vida soy yo, y que siempre hay
tiempos malos, pero ya vendrán mejores. Que no hay mal que cien años dure. Que
después de la tormenta viene la calma. Volví a beber.
Me recordé a mi misma que todo lo que está ocurriendo ahora mismo, tiene
que tener un significado. Que todo pasa por algo. En esta vida nada ocurre en
vano, desde luego. Quedaba media taza de té. Me levanté, cogí la taza y un
Marlboro. Salí a la terraza y lo encendí. La primera calada fue intensa y me
recordó a los días de verano con la música hasta las tres de la mañana, fumando
y hablando con mi hermana, las dos en pijama y con las chanclas, con onzas de
chocolate y con magdalenas. "Quiero volver a tener la sonrisa igual de
encendida que esos días". Dí otro trago al té y dí otra calada. Sabía
que ese cigarro lo apuraría hasta el filtro. Sonreí.
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