Hay lecciones que no se aprenden en el colegio el instituto o
la universidad. Tampoco tienen los precios de máster. Hay cosas que no se leen
en los libros ni te las puede explicar tu familia si no ha viajado. Si aún no
has salido del cascarón, y crees que los brazos de mamá gallina son la mejor manera
de crecer, creo que no debes seguir leyendo (y no todos los que vuelan del nido
son lo suficiente maduros…)
Viajar nos transforma completamente y, hasta que no lo hayas hecho, (en el sentido estricto
de la palabra, no hablo de meros viajes por puro placer), no sabrás de qué
hablo. Cuando te ves con que tienes que empaquetar TU VIDA, para irte a otro
país, me entenderás. Da igual que tengas
ocho maletas del tamaño de una lavadora y una secadora juntas. La ropa,
neceseres, calzado, son simples de empacar. Pero no lo son los recuerdos ni los
paquetes de Kleenex, te lo aseguro. Sobre
todo los Kleenex. Viajar te va a
enseñar que lo que has estado “mamando”
toda la vida y estabas hasta los cojones harta de oír, te sirve. “Baja
el fuego a las lentejas”, “estira bien ese calcetín”, “plancha bien el cuello
de esa camisa”, “¿Por qué no has hecho hoy la cama?”, “Si tienes el cacharro de
a ropa sucia en el baño, ¿por qué has dejado las bragas tiradas al lado, es que
te costaba mucho meterlas dentro?”, “recoge el lavavajillas”, “jolín con las
gotitas del vaso de agua en la mesa…”, “Pero,
¿cómo que con qué me ayudas, pero tú no estás viendo la casa o qué?”, “Un poco
más y en esta casa es que nos come la mierda!”, y lo peor de todo es que sí…
Mamá tenía razón. Sí, lo sé, duele admitirlo, pero es lo cierto. Si quieres
saber de qué pasta estás hecho, viaja, que como dijo Kapuścińsky,
no es profesión para cínicos.
Por norma general, siempre habrá quién te ayude, y sobre
todo si vas a aprender. La gente es paciente y es que, a buen entendedor, pocas
palabras bastan. También están los típicos jodiendas, pero esos están en todas
partes. Pero viajar siempre nos recuerda que, a pesar de tu color de piel, tus
estudios, la edad o el sexo, las diferencias no son tan grandes. Siempre,
siempre hay momentos de bajón, pero cuatro lágrimas no valen nada ante una
carcajada. Lo bueno siempre prevalece sobre lo malo y no todos podemos vivir este
tipo de experiencias.
“Es que me siento como
una cabra en un garaje”. Sí, perdida. Y sí, también es normal. Donde encontrar
una sola palabra que te suene
o puedas interpretar se convierte en la tarea de Tom Cruise para que nos
resuelva esta Misión Imposible y no
sea como buscar una aguja en un pajar. Viajar nos hace crecer, y aunque veces
te pierdas, siempre encuentras el camino de vuelta. Pero los débiles son los
que vuelven a casa sin haber experimentado.
Los dichosos estereotipos. Sí, soy española, pero no la flamenca del Whatsapp, ¿vale? Aunque sea española hay
comidas que me gustan más que la tortilla de patata, odio los toros y NO, no bailo
flamenco (de hecho, no tengo ni idea de tocar las castañuelas). Que por esa
regla de tres, las fiestas universitarias de los yankees son la repera, los alemanes son todos nazis, los
australianos estudian cómo atrapar cocodrilos y los ingleses sólo comen Fish & Chips, ah perdón, que eso sí
que es cierto. Vemos que el mundo está repleto de estereotipos en los que la
palabra “ridículo” se queda corta.
Las Súper-Mamis
(porque lo dicen ellas, obvio y se creen las mejores mamis del mundo mundial).
Aquellas que protegen a sus bebés hijos de 23 años. SIN PALABRAS.
Súper-Mamis, me dais ganas de vomitar. El mundo para ellas está repleto de
gente mala (que en parte es cierto), pero no todo el mundo está corrupto. Para ellas,
la palabra “viajar” sólo implica problemas, que le dices que te vas a Berlín a
trabajar un año y saltan como si te fueras a la frontera de Gaza. Que yo no
digo que sea fácil, Súper-Mamis, que el dolor es igual. Que mientras tú sigues
con tu marido/resto de hijos/resto de familia (en la mayoría de ocasiones), tu
hijo/a no. Doler nos duele a todos: a la madre, al padre, a los hermanos y al propio
viajero. Pero viajar fortalece a pesar de todo lo que digan esas Súper-Mamis
que tanto os cuidan y que os hacen las maletas con 24 años. Me río de vosotros,
que el día que veáis el mundo de verdad, veréis que no es lo que os había
enseñado mamá.
Al fin y al cabo, lo que intento explicar es que, a pesar de
las dificultades que podamos ver, el “nivel de riqueza” respecto al viajar no tiene precio. Que las ventajas son
muchas más que las desventajas, que las diferencias y semejanzas de un país a
otro son increíbles y que, si no viajas, no creces. O eso nos han enseñado en
mi familia, una en la que cada uno ha terminado en cada punto. Aprovechando que estoy en Francia, te diré que te tomes un par de
Petit Suisse, que a mí me daban dos
y crece. Pero espiritualmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario