Lo que podría convertirse en el desarrollo de la crónica
francesa, realmente puede llegar a ser “cómo
oír cien palabras nuevas al día e intentar retener mil”. Pero sería un
título demasiado largo.
Para ser exactos, hace dieciséis días que llegué a
Francia y lo único que sabía decir era mi nombre. Bueno, aparte de los básicos “gracias/buenos
días/por favor”, pero ni idea del “¿cuánto cuesta?/¿qué hora es?” y semejantes.
Es cierto que sigo diciendo los verbos como los indios, pero me manejo bien y
soy capaz de hablar con cualquiera de cualquier tipo de tema (sí, lo sé, que
casco tanto que es que tengo que aprender el idioma a marchas forzadas para
poder decir todo lo que quiero). La
verdad es que mis primos me ayudan un montón y me repiten las cosas treinta mil
veces, pero lo necesito. No quita que hay veces en las que me apetece matar a
alguien cuando se acercan y estoy hablando en castellano con mi tía y me miran
gesticulando una sonrisa que yo interpreto como falsedad mientras me
dicen “en français!”, y claro, yo
sonrío también lo más falsamente que puedo, digo “pardon” y ces’t fini. Pero es que me encantaría verles en mi
postura: la carrera recién terminada, habiendo dejado a todo lo que tú quieres
y adoras sobre todo en el mundo en tu país, para venirte a otro en el que no
sabes cómo articular más de cuatro palabras seguidas sin cagarla obviamente,
donde los horarios no cuadran para nada a los que tú estás acostumbrada, y
dando gracias a que estoy en casa de familia y no abandonada a mi suerte. Creo
que lo de au pair no era tan fácil
como habría pensado. Quizá habría muerto de pena, cómo me gusta dramatizar.
Pero sí, echas mucho de menos. Y el cerebro se satura. Se
satura de intentar dar más de lo posible, porque aunque me digan “Anaïs, que llevas quince días, ¿qué es lo
que quieres?”, ¿qué voy a querer? PUES
HABLARLO. Que sé que es imposible que en 15 días hable un idioma perfecto,
y suficiente que tengo facilidad para aprenderlo, pero es que aquí las vocales
no tienen nada que ver a lo que he estado acostumbrada en mi vida. Que yo oigo amarillo y joven y a mi oído son iguales (y como este ejemplo tengo miles más,
es una faceta nueva que acabo de descubrir en Francia: encontrar parecidos entre las palabras para que luego no sepas
diferenciarlos y tener a tu familia repitiendo durante diez minutos seguidos la
misma palabra para que tú logres ver la diferencia, sí, mis primos me odian).
Sé que estoy haciendo un gran esfuerzo, pero me lo repito TODOS los días “Puedes. Tú puedes. Te quedan días para cumplir
los 24 años y tienes más experiencias (buenas y malas) que gente que haya
podido vivir tres vidas. Has pasado años malos y esto no tiene nada de malo,
estás con familia, te sientes querida y puedes”. Y si me da bajón, pues
pienso que podría haber nacido en la frontera de Gaza, pero ver aquí las
noticias no ayuda de mucho, total que como tengo pinchado TVE1 (y existe
Twitter y todas estas tecnologías), de vez en cuando me entero de qué ocurre en
mi país.
Y a pesar de que siempre he estado acostumbrada a viajar (e
incluso sola), esto no es lo mismo. Quizás no hacía un viaje de tales características
hacía mucho, lo que te lleva a contemplar los diferentes planos de las edades y cómo llegamos a
afrontarlos. No pensé que cuatro días después de haber llegado a tierras
francesas, hablando por Skype con mi madre, saltaría Laura diciéndome “Oye Teté, ¿cuándo vuelves? ¡Que ya llevas
muchos días fuera!” y no poder reprimir las lágrimas, las mismas que caían
la última noche que dormí con ellos, en una cama de 1,05 cm los tres metidos en
pleno verano, sabiendo que no volvería a acariciar esas cabecitas en mucho
tiempo.
El tiempo pasa de maneras distintas cuando tienes 14 que
cuando tienes 24: sin ver los peligros que tiene un viaje, que al fin y al cabo
es una ventaja. Sin las experiencias que me han proporcionado los últimos diez
años. Sin saber si estaba bien o mal, me lancé al vacío, porque es cierto que
no tenía nada que perder pero si tenía mucho que ganar. Francia jamás habría
sido el destino que yo había pensado: Estados Unidos, Reino Unido, Australia e
incluso hace aproximadamente un año, China. Pero nunca Francia. Curioso y
extraño, ya que teniendo a la familia aquí (y que al fin y al cabo es el país
de al lado) y sin hablar ni papa de
francés; se me podría haber ocurrido antes y por lo menos saber preguntar dónde está la tienda más cercana.
Y aquí estoy, entre las montañas del sur de Francia,
intentando explicar mi especie de crónica francesa mientras pretendes retener
más de lo que puedes.
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