Decir que lo bueno se hace esperar es casi como decir que llega tarde.
Aquella noche creí que no se podía seguir soñando, esperaba que el techo se
hundiese. Descorrí la cortina, abrí la ventana y dejé que el frío inundase la
habitación, mientras la herida seguía sangrando. El invierno había llegado y no
habría forma de combatir su frío.
Unos vaqueros, un buen jersey, me calé el gorro de lana, me enfundé los guantes, cogí el abrigo y con todo mi valor salí a la calle. Me
encontré con un frío incombatible, escarcha sobre el césped, corazones
imperturbables… Y más frío: un frío que me estaba secando hasta las manos bajo
los guantes. No llegué ni a dos calles. Quería volver a casa, pero… ¿Sabía
dónde estaba mi casa? Por supuesto que sí, yo no estaba perdida, yo lo que quería era salvarme, pero como siempre, me tengo que salvar de las
ruinas de mi misma. Que no hay brazos en los que refugiarse ni islas en las que
naufragar. Que cuando tienes miedo a la oscuridad lo único que quieres es que
te regalen jardines en llamas.
Por lo que volví a casa y me limité a prepararme un café solo, la taza
hasta el borde y rezumando humo. Salí a la terraza y encendí el último
Marlboro. Y pensé…
“Vivir ha sido siempre un verbo relacionado con necesitar”. Y es que no deberíamos
necesitar, sino desear, que no es lo mismo. Necesitar es algo tóxico, es
destructivo: de verdad, necesitar es sinónimo de envenenar. Sin embargo desear
es algo sano, saca lo mejor de nosotros mismos, puede hasta relacionarse con
compartir. Nadie depende de nada ni de nadie, no se puede ser drogadicto de
algo que no nos pertenece, no se puede recaer permanentemente en lo que ya sabemos
que no va a cambiar. La vida es demasiado bonita y amplia en cuanto a felicidad
como para limitar la nuestra a alguien. Tendemos a depositar nuestra felicidad
en otras manos cuando se halla en las nuestras: sólo nosotros somos los dueños
de nuestra felicidad, de encontrarla, de disfrutarla. Habrá quienes nos
acompañen, pero incluso en esas circunstancias, deberíamos aprender a saber
decir “Te quiero... Pero puedo ser feliz
sin ti”. Porque nadie es imprescindible en la vida de nadie. Si fuese así,
nadie moriría, la muerte sería una leyenda más, escrita en los libros de Perrault y plasmada en la cinematografía
de Disney-Almíbar, y el mundo
tendría híper-población.
También escribir es sinónimo. Es sinónimo de gritar. Yo escribo para
poder parar el tiempo al menos unos minutos, recordar lo que siento o lo que
cuento de mí. A veces incluso para revivir. El amor nos hace puros, felices,
nos hace crecer y ser mejores personas. Pero nunca nos debe volver mendigos ni
esclavos de la ansiedad y la tristeza. Quien no te quiere o no te quiere de la
forma que deseas también debe ser feliz en cuanto a ello se basa. El mundo
tiene toda una gama de colores y nos empeñamos en pintarlo de gris. En este
mundo nadie es más fuerte que nadie, lo único que hay que hacer es avanzar. Lo imperdonable
es permanecer en la tristeza como si esto fuese el limbo.
La vida me ha enseñado que hay que saber cuándo ir, cuándo volar, cuándo
conocer… No todos los planetas son iguales y siempre hay algo nuevo que
descubrir. El mejor regalo no es el mañana: es el ahora. Y a veces, por mucho
que duela, tendremos que tomar decisiones difíciles. Quizá debamos seguir solos
en épocas de nuestra vida, porque estemos con alguien que nos retrasa, porque
la vida ya no sea igual con esa persona, que, por muy especial que sea, no es
necesaria en esta etapa de tu vida. Y sí, los arranques de ira, los momentos de
locura y todo el amor que pueda haber quizá sean innecesarios para este momento
de nuestra vida, la cual sonríe y seguramente no sea por vuestra causa. El
vuelo ha comenzado y lo único que busco es arriesgarme. Y, sonará repetitivo,
pero nadie dice que sea fácil… Pero todo pasa, hay que basar tu felicidad en ti
mismo.
Así me gustan los textos..
ResponderEliminarJajajajajaja, ya, ya sé qué tipo de textos te gustan a tí!!
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