Reconozco que soy una bloguera un poco perezosa… Pero desde
que llegué a París, la verdad es que no he parado y antes… Pues era pereza, sí,
debo reconocerlo.
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We´ll always have Paris |
Tras todos los buenos deseos de año nuevo, la emoción, las
risas y las lágrimas, me propongo a describir un poco mi llegada. Hoy se cumple
un mes de mi llegada a París, por lo tanto seis meses en Francia. Medio año en la
tierra vecina. La vida en París es completamente distinta a lo que había estado
viviendo en el sur de Francia: el bullicio, el estrés, el transporte público,
la polución, los puestecitos de crêpes y los dichosos vendedores ambulantes (a
los que les contesto muy orgullosa “yo
vivo aquí”. La vida es diferente y estoy acostumbrada a la ciudad, pero
también echo de menos el salir a la terraza con un café y ver las montañas de
Lunas. En Septiembre subí con mi primo y su tío en moto a lo alto de una
montaña del valle donde viven y no puedo explicar la sensación que tuve cuando
me vi allí arriba con todo el verde a mi alrededor. “En Madrid no tenéis esto,
eh?”, me dijo Jérémy. Y es cierto, tenemos la Sierra de Madrid pero no es
comparable a ello.
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Las Monas y Lisa |
Desde que he llegado a París no he parado de visitar sus
calles, sus museos, sus catedrales, sus parques, ah! Y el metro, que ya me lo
conozco mejor que el metro de Madrid, sinceramente. Aquí prácticamente para los
menores de 26 toda atracción turística es gratuita, y cuando no, si eres
residente europeo, tienes descuentos. Pero la gente aquí es muchísimo más fría
que en el sur (donde se asemejan mucho a los españoles) y el tiempo atmosférico
es mejor obviarlo: es imposible salir de casa sin unos guantes, una bufanda y
un buen gorro. Aquí hay que decir adiós a los abrigos de trapo, puesto que
tienes un 80% de probabilidades de que llueva todos los días y aunque yo salgo llueva,
granice o haga el frío que haga, debo reconocer que cuando hay dos rayitos de
sol disfruto como una niña pequeña. Adoro París, hay que decirlo y además el
hecho de que mi prima Verónica esté aquí ayuda mucho.
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Joyeux Noël en famille |
Las Navidades tuve suerte de pasarlas en el sur de Francia
con mi familia, donde me di cuenta de lo muchísimo que les echo de menos a
ellos también. Cuando estás acostumbrada a vivir con ellos, eres parte de esa
familia, las risas a la hora de sentarse a la mesa, las pullitas de Maixent,
las sonrisas cómplices con Charline y estar liada en la cocina con Jérémy,
tomarme un café con el tío y las
conversaciones permanentes con la tía, Eny & Javà y la naturaleza de allí. Una
Nochebuena en familia realmente agradable y acogedora y sentirte como en casa,
al igual que en Navidad. Pero aquí en París
voy a llevar a cabo el propósito de
sacarme la titulación del idioma, con el que no pensaba avanzar tan rápido la
verdad sea dicha. Sigo fallando como una escopeta de feria con los verbos (las
conjugaciones) porque son realmente difíciles, y los acentos a la hora de
escribir (agudos, graves y circunflejos, vamos, el pan de cada día). El lunes 5
de Enero empezaré la academia.
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El panettone de "cada día"... |
La pena llegó el 31 de Diciembre, cuando una Nochevieja la
pasas fuera de casa, con nadie de tu familia ni amigos alrededor. Para ellos Nochevieja
no se celebra a lo grande, por lo que cenamos pollo con arroz blanco y una
ensalada (pero ojo, merendamos un panettone de Pierre Hermé [uno de los
pasteleros más famosos de Francia] de canela, naranja confitada y castañas
glaseadas; un panettone de nada más y nada menos de 180€, creo que no comeré
otra vez un panettone de ese precio en mi vida. No quería empapar todo de
lágrimas pensando en que por la tarde empezamos con la locura de qué nos
ponemos, qué nos hacemos en el pelo, ¡saca los maquillajes!, y oyes a la
familia por abajo “oye que los canapés no se preparan solos!” para nosotros es
un ritual completo (al igual que en Navidad en Levante, y como lo he hecho esto
año en Lunas). A esto se le suma que, París está lleno de españoles y creo que
se tomaron en serio eso de “la Reconquista” porque me pateé toda la ciudad y no
encontré uvas, a lo que Marine puso el grito en el cielo “¡Mais tu es espagnole! Ma pauvre, tu ne peux pas faire Nouvel An sans tes raisins!” (“¡pero
tú eres española! Mi pobre, tú no puedes hacer Nochevieja sin uvas!”) por lo
que me preparó una cajita con doce uvas pasas (blancas, ojo…!) Y añadimos que quemé
mi vestido (nuevo a estrenar,
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París no es Venecia |
negro, monísimo) de gasa con la plancha y se
evaporó. Nada podía salir peor. Marine, ya más presa de la desesperación que yo
se puso a buscar un vestido suyo (ella es muy delgada y alta) y me dejó uno negro elástico de Dior (más clásico pero bonito). Vamos que realmente empecé el año como si fuese una novia, con algo prestado, soy una catástrofe de los pies a la cabeza, eso no cambia, esté en España, Francia, USA o en Nambunbundia. Cuando estaba en la estación de
tren esperando, hablé con mi familia (este año un poco dispersos también) pero
contuve las lágrimas. Una vez en el tren (me disponía a ir a la Torre Eiffel
para ver el espectáculo de luces), la única persona con la que iba, Ariana (una
chica californiana), me dijo que no se encontraba bien. Si había dicho que nada
podía ir peor, lo gafé. La sensación de vacío en un sitio inmenso como son los
Jardines de Trocadero, lleno de gente, familias y parejas me estaba matando
lentamente. Mi madre preocupada porque no me emborrachase y lo que hice fue
fumarme casi un paquete de tabaco en unas simples horas.
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No family, no party |
El ambiente era
espectacular, todo hay que decirlo: las luces, la gente cantando y bailando
pero el frío no acompañaba. O a lo mejor el frío lo llevaba yo dentro, no lo
sé, la verdad. Saqué mis pasitas y fui capaz de comérmelas sin derramar una
sola
lágrima, sabiendo que yo también faltaba a otros en muchas partes. Cuando
terminó, eso era la catástrofe del Madrid Arena multiplicada por mil: cientos de
personas queriendo salir por un cuadrilátero donde hay escaleras por todos
lados y sí, tuve miedo (yo siempre pienso lo peor), y todas las bocas de metro
estaban llenísimas. Me dispuse a bajar hasta Charles de Gaulle andando, porque
total, nadie me esperaba ni llegaba tarde a ninguna fiesta y esperando al tren
compré un Kinder Bueno doble (dos paquetes por 2€, me dije que por lo menos me
iba a dar el gusto en algo esa noche) y me mantuve firme en que mi Nochevieja
parisina no podría ser peor. Y es que una Torre Eiffel sin familia es ese día
no es más que una torre vacía: iluminada y centelleante, pero realmente vacía.
Las calles a las dos de la madrugada estaban completamente heladas y caminar
por la acerca sin patines para el hielo era misión imposible. A las dos y media
ya estaba en la cama con un frío glacial dentro del cuerpo, cerré los ojos
miles de veces y no conseguí conciliar sueño, por frío o por pena; supongo que
sería una mezcla química y explosiva de ambas.
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Fanfarra austríaca |
A la mañana siguiente, bajé las escaleras y nos felicitamos
el Año Nuevo (por primera vez con besos y no dándonos la mano) y me preparé
para ir a las fanfarras de los Campos Elíseos: cortan la carretera y hay una
cabalgata enorme con gente de todo el mundo con sus banderas, música, animales,
cabezudos, majorettes, payasos, enanos, orquestas, gaiteros escoceses y hasta
un camión que portaba una pequeña pista de hielo. Si le sumo que hacía un sol
increíble, puedo decir que sí que estuve contenta. Miré hacia el Puente de Alejandro,
mi favorito de París: un puente con dos columnas a cada lado, coronadas con
caballos dorados; me fijé en lo maravilloso que se veía, cómo brillaba con la
luz de sol. Sonreí tristemente y me acordé del abuelo, haciéndome a la idea de
que le tenía detrás y rompí a llorar con el sonido de las gaitas.
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Los bauticé como "niños plumero" |
Me senté en
una de las fuentes verdes de Concorde y me di cuenta de que sólo fue una
Nochevieja de mi vida, que París me está ayudando a conocerme a mí misma (el
segundo propósito por el que vine a Francia) y que aún me queda mucho por
crecer, por conocer, por reír, por llorar y por aprender. Que todos están lejos pero soy muy rica en familia y en muy, muy buenas compañías (unas quedaron muy atrás en los baches del camino y otras sin duda se han fortalecido notablemente): tengo una familia INCREÍBLE repartida por todos lados y unas amistades que a pesar de la distancia se siguen haciendo valer y por suerte, las amistades van creciendo en Francia. Que el 2015 sólo es un
año más y que ojalá me aporte lo mismo que me ha brindado el 2014.
Año Nuevo siempre ha sido como un imán: en enero te atrae pero en diciembre, lo mires como lo mires, lo repeles. Pero a pesar de que los años, al igual que el tiempo, no tengan ningún tipo de garantía, Feliz Año Nuevo.