Siento mucho no tener palabras de luz
para ti. Bueno, ni para ti ni para mi, para mi propia desgracia. Debería
regalarte sonrisas al menos cuando las circunstancias me permiten verte y sin
embargo, a pesar de que no paro en todo el día, tengo la sensación de que me
hundo en esa cama ahogada de tristeza. No lo soporto, esa mirada tan honda.
Parece que quepa en tus ojos el océano más bravío del planeta y yo no puedo
hacer nada por cambiarlo. Ya no hay nada que salvar. Cada palabra que me sonrío
es como si estuviera vacía, ni siquiera un abrazo me levanta las comisuras de
los labios.
No se me ocurre nada que pueda salvarte y, no aguanto más esa sensación de antes de darte un beso o un abrazo sabiendo que detrás viene la pasividad de esa melancolía que te consume, que no sirve de nada lo que yo pueda darte, que no puedo darte nada, que no soy una súper heroína como decías que era.
Aún recuerdo cuando mi abuelo me dijo que
el superhéroe no es el que resiste, es el que se salva, pero yo quizá no quiero
seguir con lo que llevo en la espalda. Yo qué sé qué decirte ya, pero no quiero
perderte, no quiero perderte ¿oyes? Él siempre me decía “pues ya puedes
comenzar a poner los pies en el suelo y caminar y si te flaquean las piernas y
te caes, te levantas cuantas veces haga falta. Me importa una mierda tus
excusas y si no te quedan fuerzas, pero no pienso permitir que te dejes ahogar”.
Ojalá te dieras cuenta del dolor que sí siento en el pecho cuando te veo inmune a mi cariño y más débil cada vez ante tu negro, cuando pienso en la idea de perderte (
Lo sé. También sé la frase correcta para
ahora… “Haberme querido más y mejor cuando pudiste”.
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