Primera actualización del año.
Superados los días previos, los nervios, el halo de incertidumbre que rodea a
la Nochevieja, ya nos queda la última fiesta para volver a la realidad: Noche y Día de Reyes.
El año nuevo me ha traído muchas
novedades, unas buenas y otras... Dejémoslo en no tan buenas, pero eso no hace que pierda el interés
en mi “cruzada personal”. La vida es demandante. No he empezado el año con una
lista de propósitos, las cuales para mi no tienen sentido alguno, porque, ¿para
qué? Si seguramente no los cumpla y además… Ya todo está escrito. Y me estoy
sintiendo muy positiva con esto del comienzo de año: bajo capas y capas de
problemas, responsabilidades, falta de mimos y falta de sueños, no me siento
desgastada, sinceramente.
Me he sacudido del abrazo de la
melancolía, ya no hay nudo que me ahogue y aunque me ha dolido dejar a muchas
personas atrás (en las que incluyo a familia y amigos), sé que no estoy sola.
Y, aunque siempre he detestado la típica frase de “año nuevo, libro nuevo”, a la cual siempre decía que estaba harta del
dichoso libro nuevo que no llegaba, este año ha tocado. Sí. Será el destino,
que debía de pasar todo esto en el lapso de cuatro meses, para que en mi cabeza
se activase el botón de alarma y saltase el chip de cambiar.
Lo conté alguna vez. Mi abuelo me
dijo cuando cumplí quince años (acompañado de un regalo que siempre llevo
colgado al cuello) que la vida era corta y que, si para ser feliz, debía ser
egoísta, que lo fuese. Me he repetido incontables veces esa frase en la
cabeza, pero, lamentablemente, no la cumplí. Pensando en cómo actuar, qué hacer
para complacer a todo el mundo. Y qué curioso, que justo cuando decidí serlo, y dejar de ser yo
la que llamase/enviase whats/estuviese pendiente de los demás… Los demás, simplemente,
desaparecieron. Así, sin más, sin cursilerías ni utopías.
En mi vida habré sobrevivido a
situaciones difíciles, pero eso no me ha hecho sentirme más fuerte ni más
feliz, simplemente me recuerda que estoy viva y que soy capaz. Y las promesas
no valen de nada, ni los juramentos, ni toda esa bazofia que te hacen creer
desde que somos pequeños. Y nadie demuestra nada por temor a quemarse. A lo
mejor yo me he quemado tantas veces que, la chamusquina me impide demostrar más
a aquellos que no lo merecen. Al igual que nunca estamos suficientemente lejos
de quienes odiamos, nunca estamos absolutamente cerca de aquellos a quienes
amamos.
Y ese es un principio (atroz, pero
real) del que todo el mundo debe ser consciente. Hay verdades que merecen
nuestra atención y hay otras… Con las que no conviene mantener diálogos.
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